viernes, 20 de agosto de 2010

Una jovenzuela

En el código de conducta universal para superhéroes se estipula que el comportamiento a seguir por cada individuo debe estar determinado por sus superpoderes, credos, lemas, ideología, religión y limitaciones, de modo que el Capitán Planeta no deberá tirar basura en la calle, por ejemplo, lo cual representaba un problema para alguien de mentalidad anti-imperialista y anti-yanqui como Kaguaman. El problema, para ser precisos (suponiendo que la complejidad de la cuestión nos lo permita), no radicaba en asistir a la flamante invitación del tecnotreo en Cuernavaca, sino en el tipo de transporte que iríamos a llevar. Ir a buscar pieles a pie o en transporte público es algo bastante honesto porque la piel en cuestión se ve obligada a responder a los estímulos discursivos y eróticos por la persona que tiene en frente, es decir, hace algunos cientos de años las mujeres se mojaban por las proezas personales, sensibilidad poética y/o muestras de virilidad de los varones, de modo que ir a buscar pieles en un Susuki Aerio 2006 en el 2005 parece no solo cosa de adolescentes sino además se corre el riesgo que el calentón se lo debas al carro y no a méritos propios, lo cual representa una patada en el escroto para alguien que esta acostumbrado a realizar más proezas que Juan Camaney. En fin, ahí estaba el gran problema: elegir entre la apariencia y la esencia, lo superfluo o lo profundo, lo eterno o lo perecedero, lo limpio o lo sucio, poco más o menos ya lo decía Kierkegaard: “la apariencia no es la esencia”. Las reglas parecían imponerse hasta que recordé lo que seguía de la cita de Kierkegaard: “sólo se conoce la esencia mediante la apariencia”. Pudo haber sido una suerte de memoria comodina, porque, reitero, más o menos eso dijo, pero el caso es que me pareció una idea bastante pertinente. Visto desde otra perspectiva la comodidad permite valorar la austeridad y con un estéreo MP3, asientos deportivos y vidrios eléctricos la austeridad queda muy devaluada, Ahí íbamos rumbo al paraíso de las mujeres y la eterna primavera.

Llegamos buscando las dos cosas principales: mujeres y alcohol, y ambas cosas parecía haber en abundancia, incluso, o quizá más bien por eso mismo, aunque fuera de noche. Por alguna extraña razón que después apodamos Susuki parecía haber una peculiar conexión entre las mujeres que nos veían pasar en nuestro nuevo coche prestado y nosotros. Sonrisas y miradas eran gestos que no estábamos acostumbrados a recibir de personas que no conocíamos, de modo que gozábamos de cierta preferencia de la diosa Fortuna. Todo iba bien hasta que estacionamos el carro. Sentir de nuevo el piso duro y la longitud de las calles no era ya tan grato, mucho menos estar al lado de los que llegaron en transporte público, eso nos ponía de nuevo en el dilema primigenio, ahora tendríamos que vérnoslas con nuestras propias habilidades don juanezcas, el hechizo del Susuki solo funcionaba mientras estabas dentro de él. En fin la noche tenía que seguir y fuimos a nuestra segunda y vital opción: el alcohol. Algunas cervezas y el intento de vaciar un pomo en vía pública fueron dos sucesos importantes de esa noche, y sobresalen no por alguna cuestión en particular, sino porque no pasó nada más. Ante el ardid del fracaso y la inmensidad del sistema hegemónico, decidimos lo más fácil, si queríamos mujeres eso tendríamos, y de paso escupíamos al sistema hipócrita e injusto. Nos enfilamos rumbo a Yautepec, un pueblecillo candorosamente bicicletero aunque con una mancha en su imagen: era famoso por sus tres puterías a la salida de la carretera. Si no había sido por las buenas, esta vez, aunque tuviéramos que pagar por ello, pero iríamos a burlarnos de la diosa Fortuna y sus disposiciones. Decidimos, después de una acalorada y democrática discusión, a dónde entraríamos de los tres templos báquicos. Nos ubicamos en una mesa junto a la pista, para ver mejor. ¡A huevo culeros, chiva de corazón! –gritó una de las bailarinas con una playera del Guadalajara que estaba al lado de nuestra mesa que estaba con tres tipos, uno de ellos dormido, y dos maricones más-. Vas Corichido –le dije a mi compa mientras uno de los maricones que había salido a bailar le sonreía-. Se acercó un mesero y me dio un papel doblado. Se lo manda la dama de blanco que está parada allá –me dijo-. Era su nombre y su número de teléfono. No se veía mal, bueno, no se veía muy bien por que estábamos a media luz y ella estaba al otro lado del lugar, lo cierto es que mi imaginación hizo el resto. Después de 20 minutos ella se acercó, de hecho, se sentó en nuestra mesa. Le invitamos una cerveza y con mucha estupefacción y cuidado evitamos que tirara la botella, andaba borracha como una cuba y no le entendíamos nada de lo que decía. Es necesario mencionar que la sorpresa no estribó en su estado etílico, sino en que se nos hacía difícil calcular su edad, nadie era antropólogo, ni anticuario, y si, por error, nos acercábamos por algunos lustros, se nos hacía increíble. Dejamos de pensar en su edad cuando nos dimos cuenta de que olía a rancio y que cuando balbuceaba algo nos escupía la cara. Se volvía a burlar de nosotros la Fortuna Imperatrix. Aun podíamos recuperar nuestro honor y vivir una de esas aventuras del bajo mundo. La llevamos a su casa y cuando ya estábamos afuera le pedimos que nos dejara quedar hasta en la mañana. Se negó. Después de todo conseguir mujeres algo tan trivial como un Susuki, y peor aun si se trata de mujeres con quien no te puedes comunicar. No había arrepentimientos, este no era un fracaso, era la señal metafísica de que la apariencia no es la esencia, no era necesario buscar mujeres para retar a la rueda de la fortuna, después de todo las mujeres van y vienen. Llegamos un poco antes de que amaneciera a Cuautla, y pasamos por la zona roja para ver si veíamos a algunas mujeres, y por qué no, quizá hasta les preguntáramos el precio, de cualquier modo ya nos había quedado claro que éramos unos bastardos perdedores. Una patrulla que llamaron los vecinos nos despertó y nos encaminó del parque donde nos quedamos a dormir. Así acabó nuestra noche maravillosa.

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