viernes, 20 de agosto de 2010

Un cazador en busca de Kaguaboy

Abrió la boca grande, como higo, y con un bostezo se sacudió. Recién despertaba de un letargo paciente pero lúcido. Esperaba con estoicidad el momento oportuno y ya había llegado. Olisqueó el aire esperando encontrar la esencia esperada. Sonrió mostrando sus dientes afilados y verdes. Inhaló una buena bocanada de viento y volteó hacia donde su instinto le indicaba. Se disponía a su cometido cuando, a pocos pasos, un ruido entre la hierba llamó su atención, sonrió con candor y saltó sobre el arbusto. La liebre chilló cuando sintió los dientes verdes en su cuello y dos segundos después, ya en la boca de Corina, exhaló. “Buen aperitivo –dijo Corina ensayando su español tan poco practicado últimamente- pero ya es hora de comer”. Vistió su desnudez con su camisa a cuadros, sus jeans abandonados y sus botas militares, se limpió la sangre de la boca y de las manos que una vez perteneció a una liebre; estremeció a todos los habitantes de la montaña con un alarido de autoridad y cuando estuvo lista salto entre los peñascos hasta hacerse desaparecer entre el miedo de quien la veía pasar cerca.

El objetivo era claro: Kaguaboy. Una fiesta era el momento ideal para el plan. Podría cenar y, al mismo tiempo, podría elegir a su próxima cena. El traicionero olvido había abierto la puerta a la confianza. Nadie recordaba ya el día que Súper-Cori llegó con su saco raído de un país extraño. Lo recordaban como una anécdota rara y hasta jocosa, pero decidieron ignorar el verdadero peligro. Ahora Corina estaba de regreso y nadie iba a estar a salvo, mucho menos Kaguaboy.

- Órale putitos, chupando que es gerundio –decía Kaguboy ignorando el destino que le esperaba.

- Ya me voy wey –dijo Franky- no me siento bien, tengo un mal presentimiento.

- No mames con tu mal presentimiento no debes de ser supersticioso mejor échate otra y orita vamos por aquellas pieles que nos están haciendo ojitos –dijo Kaguaboy señalando con la cabeza.

- No, gracias, precisamente sobre mujeres tengo un mal presentimiento, mejor me voy –dijo Franky mientras daba la media vuelta.

Kaguaboy siguió ingiriendo cantidades industriales de cubas de ron rebajadas con metanol mientras flirteaba y bailaba con las chicas de la mesa de al lado. Un extraño aroma a sexo animal inundó el ambiente de la fiesta. Como por algún extraño hechizo la gente empezó a portarse de una manera desprovista de toda inhibición. En la pista una pareja bailaba una canción de José Alfredo mientras se acariciaban las caderas mutuamente, la pareja era de mujeres. Junto a la barra dos hermanas se disputaban la bragueta del novio de una de ellas mientras él, alternativamente, pellizcaba los pezones desnudos de una y de otra. Alguien que parecía ser esposo de la dueña de la casa le hablaba al oído cosas obscenas y metía su lengua a quien parecía ser hermano de la dueña de al casa. Kaguaboy se refregaba con euforia entre las piernas a la felina mascota de la casa. En ese sodómico momento llegó Corina sin saludar a ninguno de los ocupados abordó directamente a Kaguaboy le quitó la gata de las manos y discretamente le rompió las cervicales mientras le daba una cerveza.

- Hola Kaguaboy ¿de qué méritos goza este microbio? –dijo Corrían insinuante.

- Vente mamacita –dijo Kaguaboy evidentemente embriagado de alcohol y furor sexual.

Lo siguiente que pasó parecía película de Tarantino. Aquella pequeña Sodoma servía de parapeto descarado para ocultar el anonimato del crimen que Corina estaba por cometer con Kaguaboy. Le hizo el sexo oral y lo besó alternativamente por una hora, hasta que ambas bocas olían indistintamente a lo mismo: a dientes verdes, a falo, saliva, cerveza, cigarro y restos de conejo crudo. Cuando Kaguaboy estuvo semiinconsciente por su propio aliento Corina le tiraba la cerveza en la cara para lamérsela después desde el cuello hasta los ojos, mientras su dedo más grande le hacía el examen de la próstata. En cada movimiento cadente, en cada beso, en cada dedo que lo explorara, Kaguaboy perdía su dignidad. Era un caso grave, absolutamente grave, de desmoralización sistemática que podía culminar en el suicidio del ultrajado. Ese era el plan, si ultrajaban lo suficiente a Kaguaboy y hacían que se suicidara, Kaguaman quedaría más desprotegido y vulnerable, y entonces sería cosa de niños acabar con él. Corina tenía íntimos vínculos de amistad y parentesco con la lidereza que había quedado a cargo de lo que quedó de la secta de la muerte lenta, antes liderada por la gran Judith. De cualquier modo Kaguaboy parecía perdido porque, además, había grabado todo el evento. Aquello podría ser vendido en el mercado negro como el más reciente estreno del mismo director de Penetrator 2, incluso podía pasar por algún video snuf de violaciones. Kaguaboy estaba recobrando la conciencia y, junto con ella, llegaba la vergüenza, cuando llegó Kaguaman a la fiesta.

- Ay wey y yo que pensé que iba a estar bien pinche ñoña la fiesta –exclamó Kaguaman para sí.

- Kaguaman, soy un descastado, merezco morir –decía Kaguaboy lastimeramente mientras Corina sonreía con sus dientes verdes a un lado de él.

- Pues tienes razón Kaguaboy, pero ¿por qué lloras? –dijo Kaguaman desconcertado.

Kaguaboy había sido discípulo de Kaguaman por bastante tiempo, pero era más fácil hacer que un hamster fuera por el periódico o que un pato fuera por las chelas que kaguaboy entendiera algunas cosas. Sin embargo, esta era una cuestión de vida o muerte, y Kaguaboy tendría que aprender en unos momentos una lección que a muchos superhéroes les costó toda una vida. Se trataba de uno de los últimos poderes a desarrollar. Ya tenía los orines radioactivos de peda de tres días, ya vomitaba a una altura de más de tres metros, ya controlaba a discreción sus flatulencias, podía escupir a una mosca desde cinco metros atrás pero ese último poder era el más difícil de adquirir, superman nunca lo llegó a tener. Se trataba de sacar y dejar ser al vaquetón que traemos dentro.

- Esta es tu última oportunidad Kaguaboy, escúchame –le dijo Kaguaman acercándose y mientras Corina acariciaba su entrepierna -tienes que recordar cuando te vomitaste en la sala de mi casa porque estabas bien borracho y te peinaste con tu propio vómito porque decías que eso era más natural que el gel que usaba López Obrador ¿recuerdas? Decías que no importaba que te viera tu novia porque si había amor te tenía que aguantar todo. Acuérdate también cuando le estuviste agarrando las tetas a la morra que antes era mi novia y que decías que le gustaba solo que se hacía pendeja. Esa cosquilleo que tienes en el pecho Kaguaboy, es la glándula vaqueta, es el signo inequívoco de que somos de una raza de seres superiores que están más allá del bien y del mal, despierta a tu poder más grande, la vaquetonería es lo tuyo Kaguaboy.

Al instante Kaguaboy despertó y jaló a Corina mientras les bajaba los pantalones y le succionaba la entrepierna. Por fin Kaguaboy había despertado uno de los poderes que iban a librar de sucesivas batallas morales. Todo fue tan intenso que Corina se desmayó. La amarramos y la donamos al Instituto de investigaciones científicas de la UNAM, sin embargo, nos avisaron que se escapó a los dos días. Ahora cuando hay luna media se escuchan aullidos que amenazan con acercarse. Por lo pronto el mundo sigue a salvo.

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