viernes, 20 de agosto de 2010

Retórica kaguaboyana

“Las líneas de alabarderos enemigos estaban cerradas con las picas enhiestas aun, el sordo retumbar de los escudos en el piso enardecía cada vez más a los bravos guerreros y el capitán arengaba con vehemencia a sus soldados. En nuestras filas hombres y caballos no podían ocultar su nerviosismo, no era muy cuerdo enfilarse directamente a un grupo de mil hombres a filas cerradas con las picas por delante, sería la muerte para cualquier caballo y su jinete. Si nuestra infantería hubiera estado tan bien armada y fuera tan numerosa, seguramente el campo se hubiera sembrado de cadáveres, pero con unos cuantos infantes inexpertos nos obligaban a suplir nuestras carencias con bravura, insensatez y algo de estrategia. Sin embargo el la insensatez podría ser bastante como para perder la batalla porque detrás de las filas de piqueros enemigos había un buen número de arqueros, no tan buenos como los nuestros pero no menores en valor y número. De modo que el plan iba a ser complicado y riesgoso: dos grupos de caballería cargarían frontalmente sin quedarse a ser ensartados por las filosas picas enemigas, en vez de eso, darían media vuelta y serían respaldados por los escasos infantes que, a mismo tiempo tendrían que proteger a los arqueros que serían mandados al ritmo de la infantería a disparar a discreción tres cargas de flechas y cuando empezaran a retroceder, los dos grupos de caballería regresarían a apoyar la retirada de infantes y arqueros, si, hasta ese momento todo había salido bien, entonces un tercer grupo de caballería asaltaría por sorpresa el flanco más débil de los enemigos tratando de dividir a los infantes de los arqueros, eso debería ser una salto rápido, pero poderoso, sin embargo la maniobra requería de bastante coordinación y bravura. Era hora de actuar y con voz en cuello y el pecho henchido de vehemente furor y ansia de sangre empecé a arengar a mis soldados: ‘tenemos, como obligación moral, a modo de imperativo categórico kantiano, tenemos y debemos subsanar nuestras diferencias con nuestros hermanos de especie que no de credo, y el único modo, orillados por la falta de raciona…’ fui interrumpido por mi capitán quien me reprochó el tono de mi arenga y me dijo ‘no mame general, y esa mamada qué’, de modo que rectifiqué mi discurso ‘¿Ven a esos putos de allá enfrente? Se sienten mucha nalga, pero no se imaginan que en unos momentos se los va a llevar la verga, porque somos unos cabrones mata-putos, pero esa sólo es una razón, la más fuerte es que esos culeros, me dijo un espía que mandé, andan diciendo que ya se cojieron a sus mamás y que orita que les pongan en la madre también se van a cojer a sus hermanas, a ver culeros rasca-colitas, vengan por lo suyo, es más, no vengan, nosotros vamos, hermanos de cantina ¡¡¡Ataquemooooooos!!!’ jinetes y monturas enardecidos avanzamos a galope con las lanzas por delante a enfrentar la muerte…”

- Ya no mames pinche Kaguaman te enajenas tanto con tu puto juego que hasta hablas sólo –exclamó Kaguaboy.

- No mames Kaguaboy estoy aprendiendo estrategias de batalla pa cuando nos enfrentemos con nuestros enemigos –contesté yo.

- Kaguaman, no mames, somos dos weyes y un pinche pato –replicó Kaguaboy.

Alguien tocó la puerta, mandamos al pato a abrir y ya no regresó, en su lugar encontramos un sobre cerrado.

- Kaguaman, Kaguaman, se llevaron al pato, allá van, en ese carro como de romanos tirado por bellos corceles –dijo nerviosamente Kaguaboy.

- No mames Kaguaboy es una carro de la basura, alcancémoslo…–dije yo mientras corríamos a la pensión secreta donde guardábamos el kaguamóvil.

Cuando llegamos a la pensión nos dimos cuenta amargura y resignación que el kaguamóvil no circulaba.

- No estés triste Kaguaboy compraremos un hamster, comen menos, cagan menos y hablan menos –me dirigía a Kaguaboy para consolarlo.

- Ni madres, tenemos que recuperar al Kaguapato, los hamsters no saben ir por las chelas –replicó Kaguaboy con energía.

Después de analizar fríamente la situación y evaluar todas las posibilidades mediante una poderosa computadora con inteligencia propia que se llamaba “frigobar” caímos en la cuenta de que sólo había dos líneas de investigación posibles: 1) Queta había secuestrado al Kaguapato para pedir rescate corporal, o 2) los priístas del mal habían secuestrado al Kaguapato para usarlo como promotor de sus campañas de enajenación, en tal caso el plan era perfecto, porque, como nosotros éramos los únicos que le entendíamos al Kaguapato, así la ciudadanía no sabría que tantas pendejadas decían, y, en el caso de los informes de gobierno, no importaba decir la verdad, porque si los daba el Kaguapato, de todos modos no se le entendía ni madres, y cuando dejara de servirles podían mandarlo a cooperar con el gober precioso y su red de pederastas, porque recordemos aquél dicho que dice que el hoyo más sabroso tendrá que ser de pollo, y en virtud de la parentela que el Kaguapato tiene con los pollos aquello resultaba un negocio redondo. Faltaba corroborar que efectivamente hubieran sido los priístas del mal, y en caso de que así fuera, saber también dónde buscar. Revisamos el sobre y su contenido, dentro había un papel que decía: “olbidencen del caguapato, no lo vusquen, es por el futuro de mejico, atentamente: juntos abansamos”.

- A juzgar por las faltas de ortografía yo creo que fue el brazo armado de los priístas del mal, o sea los weyes de la FOCCEN –dije yo convencido.

- Pues vamos a las oficinas generales Kaguaman, pero ¿cuál pesero tenemos que tomar? –preguntó Kaguaboy.

Bien era sabido por todos los que combatimos el mal que los priístas eran seres poderosos que actuaban bajo la protección de cierto dios antiguo que hasta los mismos prehispánicos evitaban pronunciar. Tal deidad les permitía poder hablar a más de 35 pendejadas por minuto y en el caso de los dirigentes populares hasta 45 por minuto, era algo exorbitante, el único ser que conocía con tal habilidad era Kaguaboy, pero cuando se emborrachaba los mecanismos de defensa de su cuerpo obligaban a que el daño cerebral se dirigiera a la parte que menos usaba de la cabeza, es decir, el córtex que corresponde a la función lingüística, de modo que cuando andaba crudo, las pendejadas ya sólo las pensaba y sólo podía volver a decirlas si se volvía aponer medio pisto. Las circunstancias nos indicaban que Kaguaboy se iba a aventar un tiro de pendejadas así que había que comprar unas kaguamas pal camino.

- Deja importe Kaguaboy, aunque nos regresemos caminando, tenemos que llegar al mitin es nuestra única oportunidad –dije apresurando a mi compañero.

- Toma Kaguaman, destapa una con tus supermuelas –dijo agitado Kaguaboy.

El mitin estaba en su esplendor y el Kaguapato era el orador. Alguien le decía al oído lo que tenía que decir mientras lo amenazaba con un falo de plástico en su colita embarrado de salsa Valentina y espolvoreado de chile piquín. Teníamos que ser rápidos. La gente estaba enardecida y enajenada por los discursos ininteligibles del Kaguapato, creían, como no le entendían, que estaba diciendo algo importante.

- Rápido Kaguaboy tómate la guama de un madrazo pa que te pongas pedo y puedas contrarrestar el efecto de las mamadas priístas –dije preocupado a mi fiel amigo.

- Glu, glu, glu –respondió Kaguaboy– yaaaaa tengo el poderrrr.

Justo se terminó la chela Kaguaboy cuando llegó un tira.

- ¿Qué pasó mis jovenazos? Con que tomando en vía pública, van a tener que acompañarme –dijo el tirititita.

- Solo es una chela mi jefe denos la atención –dije yo evidentemente nervioso.

- Pus usté dirá mi joven, la multa es de 300 salarios mínimos –dijo el tira.

- Ora si que andamos erizos mi jefe, no es mala onda pero la neta andamos out –dije yo aun más preocupado.

- Jálenle jóvenes –dijo autoritario el señor poli.

- Rápido Kaguaboy empieza a decir pendejadas –ordené a Kaguaboy.

- Yo creo que la inmensidad de los problemas sociales radican en la falta de valores –espetó Kaguaboy.

En ese momento toda la multitud calló y volteó hacia donde estábamos. El que amenazaba al Kaguapato soltó su arma y tomó el podio y continuó:

- Hay que hacer más escuelas y menos cantinas –dijo el malévolo priísta.

- Una política fiscal rigurosa nos salvará de la crisis –encaró Kaguaboy.

- No hay avances sin privatizaciones –dijo rabioso el priísta.

- No hay Estado sin para estatales –dijo a su vez Kaguaboy.

- No hay política sin el PRI –gritó el priísta desesperado.

- Estamos en un estado de derecho –exclamó Kaguaboy con la mirada perdida.

- Agárrenlos, llévenselos de aquí –ordenó el priísta a los tiangueros del mal.

- Tengo un tío que toca la guitarra –continuó Kaguaboy.

- Cállenlo de una vez por todas, maldita sea –vociferó el dirigente.

- Si mi abuelita tuviera ruedas, fuera bicicleta –dijo Kaguaboy francamente perdido de toda realidad.

Estaban por atraparnos los tiangueros cuando la multitud enardecida por la profundidad de las pendejadas kaguaboyanas lo levantó en hombros.

- ¡Hurra, viva el muchacho ebrio! –exclamaba la multitud.

- Todos estaríamos buenos si usáramos falda.

El Kaguapato ya estaba a salvo ahora faltaba salvar a Kaguaboy de la multitud enardecida. La situación estaba tan peligrosa y difícil de solventar que le comenté al Kaguapato la posibilidad de poner un anuncio en el periódico para buscar otro Kaguaboy cuando llegó un grupo de granaderos antimotines bien drogados abaratando parejo, y en la confusión pudimos ponernos a salvo el Kaguapato, Kaguaboy y yo. Una vez más habíamos peleado contra nuestros enemigos y habíamos vencido, por el momento el mundo estaba a salvo, de regreso a casa pasamos a tomarnos una cerveza con nuestras amigas de “La Estiradita” mientras esperábamos una nueva llamada de auxilio.

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