viernes, 20 de agosto de 2010

La historia de un amor encontrado y luego perdido

Ahorcado

Era 2 de diciembre, se levantó al baño, pasó por la sala y de regreso vio un pequeño bulto junto al árbol de navidad se acercó, lo olisqueó, y dijo en idioma kaguapatense: “chale el animal de Santa Claus se adelantó otra vez, y para colmo otra vez trajo un inche nenuco.” Le llamaron Adrián. Al año de nacido tenía las mejillas más rosadas que Pin-pon el muñeco de cartón. El secreto de esa característica era que cuando su mamá se distraía de la mamila del Chapetes, el Kaguapato, su hermano, le sustituía la leche por pulque. Cuando el niño tenía cuatro años ya se tomaba una caguama en dos sorbos, claro, después de sus chococrispis. A los seis años tuvo su primera novia, pero la dejó porque el mismo decía que era muy posesiva y que no lo dejaba ir a tomar con sus amigos. El Chapetes, es decir, Adrián creció bajo la tutela del Kaguapato y aprendió todas las artes ocultas de la liga de la Kaguama, de la cual era miembro honorario. Escupía más lejos que cualquiera de sus amigos: en una distancia horizontal a más de tres metros y con la boca seca, en una distancia vertical brincaba el cable del poste de teléfono y el escupitajo le caía completo en su boca para masticarlo de nuevo, o en su ojo cuando jugaba a que se estaba volviendo el hombre verde. También tenía la capacidad de un tanque de 20 litros de cerveza y la fuerza de un motor de 5 caballos de fuerza cuando había que vomitar los mismos 20 litros. En reuniones secretas con los charangueros del mal aprendió a bailar extrañas danzas africanas, guaracha, quebradita y hasta rock and roll, estopa en mano. Siempre tenía dos opciones a cualquier fiesta a la que fuera: una, tomar alcohol hasta que se llenara el tanque de 20 litros, dos, bailar como trompo con las mejores pieles del evento, y lo curioso es que siempre tomaba las dos opciones. Su hermano Kaguapato le enseñó a tomar partido de sus propias cualidades. Su voz, sin lugar a dudas era una de sus cualidades más peculiares, porque cuando hablaba parecía un niño bueno, dulce, tierno, lindo, educado, hasta parecía que recién le estaban saliendo sus primeros pelitos, sin saber nadie más que él y los que lo conocíamos la clase de alimaña que era. Parrandero, borracho, jugador y enamorado, eran sus segundos nombres, y Chapetes, claro está. Sin embargo, el muchacho estudiaba, dos o tres veces a la semana, pero, por lo menos estaba inscrito, en un CONALEP, por cierto. Era una de esas escuelas para que los que no son borrachos lo sean, y los que ya lo son, lo sean más, así que Adrián se sentía como pez en el agua. Pero el destino le quería jugar una broma macabra.

Adrián tenía un cuate que le decían el Vaca y una de tantas veces que se volaron Métodos de Investigación y todas las demás materias le dijo el Vaca:

- Vente carnal te voy a presentar una piel, está bien sabritas.

- Va –sintió Adrián.

- Sandra te presento al Chapetes, perdón Adrián –dijo el Vaca cuando llegaron con la susodicha piel.

- Mucho gusto nena te invito a una fiesta –de inmediato se lanzó Adrián.

- Muchas gracias pero no puedo porque hoy es veinte de junio –dijo Sandra.

- ¿Y tiene la fecha algo de especial? –preguntó Adrián.

- Bueno te voy a decir la verdad, es que no quiero porque por ahí se dicen cosas muy malas de ti, como que te pones tu propias escupidas en los ojos, o que tomas más cerveza que Homero Simpson, y prefiero conocerte como a las víboras de cascabel, detrás de una vitrina.

Adrián quedó tan decepcionado de su derrota como galán que tuvo que ahogar sus penas en mujeres, alcohol y rock and roll, en realidad era lo que solía hacer siempre estuviera decepcionado o no. Sin embargo se propuso invitar a salir de nuevo a la bella Sandy, y el 11 de septiembre le llamó y le dijo:

- Hola Sandy.

- Hola, ¿quién habla? –contestó Sandy al teléfono.

- Soy Adrián, te llamo para invitarte un café, quiero platicar contigo –dijo Adrián con su voz más decente.

- ¿Tomas café? Se me hace que más bien lo fumas ¿no? no te creo, además estoy ocupada –dijo Sandy en un tono un tanto frío.

- Por favor, te lo pido, si tomo café, no te quito mucho tiempo, dame la oportunidad de conocerte, sólo como amigos, lo prometo –imploró Adrián.

- Esta bien, pasa por mí… no, mejor te veo en La Pared a las seis –dijo Sandy y colgó.

Las mejillas de Adrián estaban más rosadas que nunca de alegría y de pulque porque después de dejar a Sandy en su casa se fue a celebrar que estaba enamorado.

- No ma… che Kaguaboy conocí al amor de mi vida, bonita, decente, buena onda bonitos ojos, sus manos, su cuerpo…

- Ya no mames che Adrián, casi-casi me describes a Isabel Madow –dijo Kaguaboy.

- Voy a salir con ella el martes y le voy a caer –dice Adrián.

- Le vas a caer gordo wey si llegas oliendo a pulque como ahorita, mejor ya duérmete un rato –ordenó Kaguaboy.

Adrián estaba enamorado y el martes decidió llevar a Sandy a su casa:

- Hola ¿te acompaño a tu casa? –preguntó Adrián.

- Va, pero carga mi mochila y no me abraces, ahhh, y además tengo sed y no me gusta el refresco –dijo Sandy dulcemente.

- Oye, te quiero decir algo pero… no sé… bueno… es que…–dijo Adrián titubeante.

- ¿Pesa mucho mi mochila? –preguntó Sandy.

- No, no es eso, bueno si pesa, pero es algo más importante pero… bueno ya te voy a decir…

- ¡Qué bueno porque ya llegamos a mi casa y tengo ganas de ir al baño!

- ¡Ejem! Bueno, este ¿quieres ser mi novia?

- No manches ¿por qué hasta ahorita lo dices? Te digo mañana porque me urge entrar al baño adiós –dijo Sandy mientras cerraba la puerta.

Adrián no durmió toda esa noche porque estaba enfermo del estómago por los 18 tacos que se comió del gusto que le dio que hubieran ganado las chivas en Guadalajara. Además también se sentía emocionado por lo de Sandy. Al otro día Adrián recibió el si. Y el viernes siguiente fueron a su luna de miel de novios en la Marquesa. Era el momento de la verdad, ya eran novios y tenía que saber cómo besaba, el escenario era como de una caricatura de Candy-Candy, grandes árboles se veían por la ventana y el viento movía sus copas, las hojas secas anunciando el otoño hacían ya una tenue alfombra en la tierra húmeda, el frío imploraba la cercanía de los cuerpos, Adrián caminó hacia ella, se tropezó y sin querer puso su mano en el lozano busto de ella, a lo que ella le dijo con suaves palabras:

- Órale wey no seas mañoso, si siquiera nos hemos besado.

- Lo siento, fue sin querer, justamente eso te iba a pedir, un beso ¿me puedes regalar un beso? –preguntó tímidamente Adrián.

- Bueno, pero sólo uno y en la mejilla –contestó Sandy.

- Esta bien chiquita ¿si te puedo decir chiquita? –volvió a preguntar Adrián.

- Ahhhh ¿si? A ver qué tal si yo te digo bebé ¿verdad que no te va a gustar? –inquirió Sandy.

- Como quieras Chiquita pero ¿me vas a dar el beso o no? –preguntó Adrián un tanto impaciente.

- Esta bien bebé, pero si me prometes que vas a ir a hablar con mi mamá –condicionó Sandy.

- ¿Tan prontooooo? si ni un beso te he dado –protestó Adrián.

- No me has dado un beso pero ya me agarras las bubies, ¿no? además decide y dime qué día, pero ya porque yo también tengo frío –dijo Sandy.

- Voy el lunes pero ya vente para acá chiquita…

- SMACKK!!!!!!!!!

Todo parecía bien hasta que un día Adrián le dijo a Sandy:

- Chiquita me voy a ir a E. U.

- Noooooooooo, no te vayas, por favor –dijo son el llanto en los ojos.

- Tengo que hacerlo pero te llamaré diario –dijo Adrián afligido.

- Esta bien amor, te escribiré una carta diaria –prometió Sandy.

El viaje duró dos meses, dos largos meses de promesas inciertas y pleitos de tres horas por teléfono. Y cuando Adrián tenía mucho que leer, para ser exactos, 50 cartas que ella le había escrito en su ausencia, y él pensó que si el amor de ella era tan grande como se capacidad de redacción entonces tenía ante ella a la mujer ideal, y decidió hacerla su esposa. La llamó el 11 de octubre y le dijo:

- Hola chiquita ¿cómo estas?

- Bien bebé, ahhhh qué lindo te acordaste! –dijo Sandy emocionada.

- Ahhhh, este si, claro que me acordé y sólo para ver si tu te acordaste bien, dime de qué chiquita –dijo Adrián confundido.

- Ayyyy bebé siempre tan bromista, mejor dime a ¿dónde me vas a invitar y cómo vamos a celebrar?

- Este, si, te voy a invitar a… este un café para que celebremos… este ¿cuatro años un mes de que se cayeron las Torres gemelas? –preguntó tímido Adrián.

- No, animal, un año un mes de que salimos por primera vez –dijo Sandy enfadada.

- Claro chiquita, no aguantas una broma, pero hoy no porque tengo algo de trabajo pero ¿qué te perece el sábado en un café acá por la avenida Tinacos?-preguntó Adrián.

- Claro bebé, ahí nos vemos.

Ese día, el sábado 15 de octubre de 2005 Adrián dejó de pertenecer a la liga de la Kaguama y pasó a ser de la larga fila de los felizmente condenados. El 15 de junio del año siguiente refrendó su compromiso entregándole a ella un anillo que se ganó jugando rayuela con el Kaguaboy. Desde entonces cada noche que extraña a Sandy sube a su azotea olfatea el aire y voltea a donde cree que está su amada y canta con el fervor de los enamorados “Suerte he tenido de conocerte… yo estaba triste en mi soledad… llegaste a mi vida como una paloma y me enseñaste de todo…”


Postscriptum de 2010: Adrián se ha soltado de la cuerda con que se colgó y ahora vive feliz con una nueva esposa.

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