viernes, 20 de agosto de 2010

Un aliado

Serían acaso las seis y media, la hora en que las brujas se disponen a empezar sus actividades, siempre y cuando no sea horario de verano. Don Nadie y Kaguapato estaban en una misión de reconocimiento, en búsqueda de nuevas cantinas. Los lugares de bohemia que normalmente usábamos también como centro alterno de operaciones encubiertas estaban cada vez más espiados por nuestros enemigos, esa era una razón. Sin embargo había un motivo más fuerte, poderoso, macabro y, por consecuencia, ex profeso. La batalla ganada contra la gran Judith, solo había sido eso, una batalla, la guerra aun no estaba ganada, de modo que, en represalia, el gremio de la muerte lenta tomó medidas contra nosotros. Algunos dueños de las cantinas que frecuentábamos eran chaqueta de doble cara, eran prostitutas del dinero y del mejor postor, y, mediante algunos sobornos, habían prohibido que las chicas que solían atendernos en las cantinas salieran a comer comidas corridas o llevaran su propia comida, estaban absolutamente obligadas a salir a comer tacos de carnitas en el puesto que en cada contra-esquina de cada cantina mandó poner el gremio de la muerte lenta, y de ese modo, a parte de tenernos espiados, habían acabado con nuestras diversiones eróticas, ya ninguna chica que trabajara en una cantina pesaba menos de 120 kg. La gravedad de la situación nos obligó a tomar medidas serias.

- Es indispensable que hagamos algo Kaguaman, no mames, la última vez que fuimos a la estiradita tuve que ponerle dos sillas a la Rebeca pa que se sentara conmigo –dijo Kaguaboy evidentemente preocupado.

- Seee pinche jefecito, a mí la otra vez que me abrazó Paty tardé dos horas en salir de su busto –dijo el Kaguapato en idioma kaguapatense.

- Vale, creo que tienen razón, yo tampoco alcanzo a abrazar a Laurita –dije yo convencido.

- Pero esto urge porque… –estaba diciendo Don nadie cuando Kaguaboy lo interrumpió.

- Tu ni hagas pedo wey, a ti te gusta que jueguen americano, y por lo que se ve te gustan del tamaño de los apoyadores jejejejeje –dijo Kaguaboy en plan de burla.

- Chale puto… –dijo Don nadie mientras era nuevamente interrumpido.

- Ya, ya, niñas, miren, lo primero que hay que hacer es buscar nuevos lugares clandestinos dónde meternos con gordas más parecidas a tanques de gas, y menos parecidas a tinacos, pero sólo dos de nosotros debemos ir porque, el Cochinilla me corrió el pitazo de que los pinches taqueros del mal, o de la muerte lenta, o como chingados se llamen, ya sobornaron al comanche de la poli municipal de Los Reyes, entonces, donde vean el Kaguamóvil la van a hacer de pedo. De manera que, los dos que vayan a ir a la misión de reconocimiento tendrán que ir de encubiertos y los dos que nos quedemos podemos echarnos unas chelas mientras los otros llegan con buenas noticias –dije yo con cierta malicia.

- No sé por qué tengo la ligera impresión de que el pinche Kaguamán se quiere hacer pendejo para no ir –dijo Don Nadie con perspicacia.

- Seamos honestos mi Don, si van tu y el Kaguapto tienen más oportunidad de pasar desapercibidos, bueno por lo menos tu la tienes hecha, con decirte que hace rato que te vi, dije: “ahhh chinga ¿quién será ese wey?” –dije yo convencido.

- Ya, ya, entendí, no más dame pa los pasajes… vente pinche pato –dijo Don Nadie mientras salía acompañado del Kaguapato.

La tarde siguió transcurriendo, esperamos con paciencia el momento en que cabalmente iniciaran actividades las brujas de la López. El horario de verano ahorraba electricidad, pero restaba horas a la noche, y eso era peor para los que realizábamos nuestras actividades normales de noche. Kaguapato y Don Nadie no habían regresado, quizá habían encontrado algún lugar y estuvieran probando las medidas de seguridad. Kaguaboy mataba hormigas con la nariz para no aburrirse mientras llegaba la hora de las brujas cuando escuchamos tres toquidos en la puerta acompañado de la antigua contraseña secreta “me dejaste abrazado de un poste…”

- Yo abro –dijo Kaguaboy.

- No abras animal, ya cambiamos la contraseña desde el pedo del punk impertinente –dije yo reprendiendo a Kaguaboy.

- Ahhh, cierto ¿quién será? –preguntó Kaguaboy.

- Espera deja me asomo con el reflejador convexo de fotones y partículas ondulatorias de espectros luminosos –dije a Kaguaboy.

- Ahhhh ¿y dónde está esa madre Kaguaman? –preguntó Kaguaboy.

- Es el espejito que está en la mesa de las chelas wey –dije yo con enfado.

Se trataba del Ojitos, un antiguo compa de cantina. Era un tipo de baja estatura y gordo. Generalmente gustaba de ponerse ebrio con el dinero de los demás, y los que lo conocían sabían que por ningún motivo había que prestarle dinero, porque, seguramente nunca regresaría el dinero, porque él quizá regresara a pedir un poco más. A pesar de que vestía con ropa bastante desarreglada y raída, se rumoraba que es el sótano de su casa tenía varias pinturas robadas de una galería en Francia y que él poseía al arca de la Alianza. De cualquier modo no era un tipo de fiar, sin embargo, alguna vez que él estaba borracho se mochó con unas guamas para la liga e la Kaguama y esa era razón suficiente para no negarle nuestra ayuda, en caso de que la necesitara.

- Ese Ojitos –dije yo invitándolo a pasar.

- Necesito un paro Kaguaman, es que tengo algo de escombro en mi casa y me quiero deshacer de él, pero no he tenido varo y pus quiero ver si me haces el paro de llevarlo en tu charchina y lo tiramos en las vías orita que ya es de noche no hay pedo –dijo el Ojitos de corrido.

- Te debo una Ojitos por eso te hago el paro, pero la neta está peligroso, los municipales nos acosan, pero va, vámonos de una vez, trépate Kaguaboy… en mi no pendejo, en el kaguamóvil –dije yo mientras le ponía turbosina al Kaguamóvil.

El momento más peligroso era cuando estuviéramos tirando el cascajo pero si lo hacíamos rápido podríamos evitar un encuentro no deseado con los tiritititas. Cargamos con calma y con unas chelas de por medio, y antes de partir a nuestro destino llegó el Vaca, un taxista de ideas extrañas, buena persona, no era un tipo que ingiriera mucho alcohol, pero gustaba de un buen toque, decía que se encontraba con su propio yo. Alguna vez lo vi bien pacheco bailando el lago de los cisnes mientras me aseguraba que la gracia no provenía de la morfología del cuerpo sino del espíritu y sólo del espíritu y que si no lo creía que bastaba con que lo vera bailar, él, una vaca, lo podía probar. El Vaca decidió acompañarnos a condición de que le vendiera un toque de la especial. Todos nos fuimos en el kaguamóvil. Ya era la hora de las brujas, la hora tan ansiada, y no podíamos aprovecharla, por el contrario, estábamos paleando con la angustia de quien lima un barrote de hierro para escapar de la cárcel, con la diferencia de que nosotros estábamos fuera. Nos faltaban unas quince paladas más cuando vimos una polvareda acompañada de unas luces rojas y azules con varios aborígenes de rasgos antropoides innegables colgados de una camioneta que, por el ruido que hacía, confundimos con un helicóptero.

- ¿Qué hacen jóvenes? –dijo el jefe de la manada.

- Están tirando cascajo mi comanche –dijo un tipo de cara enjuta, ojos escondidos, evidentemente desnutrido y con dificultades para pronunciar.

- Pérense weyes, yo hablo, yo lo arreglo –nos dijo el Vaca en voz baja- pues mire mi jefe estamos recogiendo algo de cascajo para rellenar mi casa que se está hundiendo.

- ¿Qué pasó mi joven? No insulte mi inteligencia, ustedes están tirando cascajo en la vía pública y por ese motivo me van a tener que acompañar –dijo con voz autoritaria el gran jefe cara de mono.

- Está bien mi jefe, pero no tiene que ser tan drástico, eso lo podemos arreglar sin tener que ir tan lejos –dije yo con cierta calma fingida.

- Uhhhh, menos mi joven, tendremos que añadirle a sus cargos intento de soborno a un oficial de la policía y… snif, snif, además vienen pistos, busquen muchachos por ahí deben haber tirado las botellas… -dijo el poli.

- Eso si que no mi jefe, si olemos a alcohol no quiere decir que estuviéramos tomando aquí y además… –decía yo cuando me interrumpió el poli.

- ¿Me está usté diciendo mentiroso? Eso se llama faltas a la autoridá y es un cargo extra, aquí están las pruebas botellas vacías, súbase mi joven –dijo el poli.

- Esas botellas ahí estaban cuando llegamos, no puede ser… -dije yo absolutamente contrariado.

- Se está resistiendo mi joven y eso es un cargo extra –dijo el poli.

Para cuando me subieron a la patrulla ya me acusaban de tirar escombro industrial en vía pública, dañar el ambiente, faltas a la moral, insultar a la autoridad, manejar en estado de ebriedad, resistirse al arresto y estaban buscando algún artículo que se ajustara para acusarme de la devaluación del 94. Todo había sido una trampa y había caído redondito, el Ojitos también había sido sobornado por el gremio de la muerte lenta. El sistema de seguridad de platinos de baja corriente y bujías mugrosas del kaguamóvil había impedido que se llevaran nuestro vehículo al corralón, pero en algunos minutos llegaría una grúa por él. Tenía que ver la manera de comunicarme con Kaguaboy para que se llevara el kaguamóvil antes que la grúa. En cuanto llegamos me encueraron para ver si tenía droga. Muchas veces me hice la pregunta de porqué traían tenis en las manos en vez de guantes, si lo que querían era no ensuciarse las manos y la duda se disipó hasta que decidí preguntarles.

- Oiga mi jefe ¿por qué usan tenis en las manos? –dije yo con curiosidad.

- Por si quieren escapar, para correr más rápido –contestó con elegancia el poli.

- Órale mi Charavindo hágale la colposcopia al preso dicen que luego se meten la droga por allá –dijo el gran jefe cara de mono

Yo tenía algunos problemas cuando comía simultáneamente aguacate, chela y leche, te-chocolate o café, de modo sus agudos olfatos de sabuesos lo pudieron percibir antes del examen de la próstata.

- Mételo a una celda sólo porque éste es peligroso, ya no más esperamos a que llegue la carcacha que traían para poderlo procesar, de aquí lo mandamos directamente al penal de máxima seguridad donde está el mocha-orejas, pero lo ponemos en el lado de los pobres, y ustedes sigan buscando a ver qué más le podemos imputar –dijo descaradamente el jefe de la poli.

- Miren qué pato tan cagado, ha de ser de pilas, ay wey hasta habla, mire jefe –dijo uno de los tiras.

- Pato dile al Kaguaboy que se lleve el kaguamóvil a otro lado antes de que se lo lleve la grúa y así los cargos serán menores –dije yo en idioma kaguapatense para que no me entendieran los tiras.

En cuanto uno de los tiras se descuidó Kaguapato le dio un tremendo picotazo en el escroto y salió corriendo. Afuera lo esperaba Kaguaboy, Don Nadie que iba dormido bien borracho y el Vaca. Cuando nos dimos cuenta del complot del Ojitos pensamos que el Vaca estaba también coludido con los antropoides que corrían en cuatro patas, pero para fortuna y sorpresa nuestra el Vaca era en realidad el Vaca Sayayín, un conocido superhéroe que veía por el bien de los que viajaban en transporte público. Con la caballerosidad y gentileza no de un noble inglés, sino de un taxista de Neza, el Vaca Sayayín, junto con el resto de la liga de la Kaguama, fueron a velocidad del Super taxi Sayayín a donde estaba el kaguamóvil, lo remolcaron hasta el escondite secreto del kaguartel general, subieron algunos pasajeros que llevaron a diferentes destinos y regresaron a la comandancia de policía con trecientos varos y una oferta que los tiras no iban a poder rechazar.

- Venimos por el Kaguaman jefazo –dijo Kaguaboy al jefe cara de mono.

- Pues regresen en unos 45 años para darles informes porque este cuate se va a aventar un rato en la sombra –dijo socarronamente el poli.

- Y se puede saber por qué mi jefe –preguntó burlón Kaguaboy.

- Pues tengo hueva de leerle la lista de cargos contra su amigo y demás no terminamos de hacerla –dijo el poli.

- Me imagino que tiene pruebas –dijo el Vaca Sayayín.

- Están por llegar, y se trata de la roña en la que traían el cascajo –dijo el poli.

- Mire jefazo, le voy a hacer una propuesta que no va a pode rechazar, usté acepta esta lana que está en mi mano sin que sepa cuánto es, suelta a Kaguaman, le dice a dos de sus mandriles que nos escolten a nuestra troca y yo no lo demando por secuestro, y, lo mejor, no le digo a su vieja que se anda tirando al Charavindo, porque, jefe, soy taxista y la otra vez los vi salir del Spartacus y no me diga que es mesero de ese antro para putos, y además… –estaba diciendo el Vaca Sayayín cuando lo interrumpió el gran jefe cara de mono puto.

- Ya, ya cállate wey… Manitas, saca al wey que encueramos hace rato y dale su ropa –dijo indignado el poli.

Esta vez había estado cerca, pero la Divina providencia, los remedios caseros y el Vaca Sayayín habían salvado una vez más a la liga de la Kaguama. Agradecimos con un buen toque de hidropónica al Vaca Sayayín y le invitamos a que formara parte de la liga de la Kaguama, después de todo no sería nada extraño que si ya teníamos un pato, tuviéramos una vaca. Pero el Vaca se negó bajo el argumento de que cada vaca debe encontrar el camino interno del guerrero por sí mismo porque la experiencia subjetiva de todo bovino era rumiar por lo menos siete veces su comida, y su espíritu debía rumiar siete veces siete su propia construcción del yo. Sin duda alguna el Vaca Sayayín era un superhéroe sabio, de esos que ya no hay, y esta vez, gracias a él, el mundo estaba a salvo de nuevo.

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