viernes, 20 de agosto de 2010

Maritza y Mónica en "El Bohemio"

La vida tranquila en un pueblo tranquilo con gente tranquila y cervezas lo suficientemente frías es lo que un individuo con la responsabilidad con la que carga cualquier hombre de estado como Fidel quisiera. Algunos días en una atmósfera con menos monóxido de carbono, menos gritos, ni transporte colectivo, no padres, ni novia, ni domingos por la tarde, puro tecnotreo, cervezas y playa. Las cosas no son tan ideales como el buen Platón decía. Desde que compré el boleto con destino al paraíso las cosas no iban bien, el dealer me conseguiría un viaje se cansó de esperarme, en fin, como superhéroe, no me gusta violar la ley, a menos que sea necesario. Un estado alterado de conciencia no lo es todo en la vida... Intenté subsanar la pérdida con unas cervezas en lo que llegaba la hora de abordar el autobús. Fue el último en intentar abordarlo y el único que rechazaron. – Usted huele a alcohol y no puede abordar- dijo una poli de buen ver, siempre y cuando la vieras de espaldas y de noche. – No entiendo, ¿cuál es el motivo?- dije haciendo gala de mi buena educación. – Huele usted a alcohol, esa es la razón- dijo con la sobriedad que da la autoridad de negarle el abordaje a un pelagatos que huele a alcohol. – No sabe quién soy- pensé. Me limité a indignarme como se debe indignar alguien como yo, bueno, a ciencia cierta no sé como se debe hacer, pero he visto muchas películas de gente que se indigna, y yo supuse que exclamando con un gesto de admiración y cierta teatrealidad: “¡No lo puedo creer, si sólo fue una cerveza!” hecho que bastó para que el gerente con su égida convertida en gafete de letras amarilla que decía “GERENTE” se acercara, y dijera de una manera generosa e imponente, como aquél que acaba de perdonar a un condenado: “Déjalo, que suba”. Ahí iba yo, gracias al todopoderoso gerentucho delgado y macilento, rumbo a lo mejor que me había pasado este año. Después de varias veces que salvas al mundo y sin que nadie te lo reconozca te acostumbras a que no te vean, incluso cuando chocan contigo, incluso cuando te insultan. Sin embargo, todos merecen un descanso, finalmente dudo mucho que el Cristo bajé por segunda vez sin que yo regrese de vacaciones. Ya lo escucho bajando en una nube rodeado de arcángeles, ángeles y querubines tocando bellas notas de exaltación y gloria que envidiaría Wagner, barriendo con su mirada apocalíptica a cuanto ser animado y no animado habita en la tierra a punto de proferir las palabras esperadas con miedo, júbilo y horror durante siglos: “Venid benditos de mi Padre, me habéis visto forastero y me hospedaron” al tiempo que separa los machos cabríos de las ovejas, el coro de los santos unidos y entonando el Vexilla Regis, mientras una voz tímida e impertinente a tanta gloria que otrora pertenecía a Alicia, la del país de las maravillas, irrumpe: “Señor, Señor, falta Kaguaman, está de vacaciones”, a lo que el Todopoderoso diría: “Me lleva... está bien, regresen todos, lo esperamos”. Pues bien, llegamos, por cierto, conmigo viajaba otro superhéroe, también de incógnito: Kaguaboy, o más bien, su reencarnación. Llegamos y pudimos percatarnos que la gente que labora en el Servicio Metereológico Nacional desquitan su sueldo: lluvia intensa, tal como lo habían predicho, no pude dejar de maravillarme ante los avances científicos, predecir la lluvia se había vuelto cosa de todos los días, sin embargo, un coraje desde lo más hondo de mi abultado abdomen me hizo proferir un reproche ineluctable: “malditos sean, deberían aprender a evitar que llueva”. Una vez instalado en el hotel de estrella y media en que nos hospedamos saqué mi revista mojada que hablaba todo sobre sexo (no la compré para aprender más, sino para ver si los escritores de la revista sabían lo suficiente) prendí un cigarro, y ahí estaba, libre como el viento, descansando como un duque, y haciéndome esperar como el más importante de los santos. Pasaron algunos días antes de que me aburriera de salir a comprar cervezas y cigarros para dos y escuchar las mismas del José Alfredo. El enemigo oscuro y fatal ya andaba rondando. Nunca sabes de dónde y a qué hora llega, pero llega, como a un yonqui sus células le piden más morfina, así la ansiedad llega. ¡Carne! ¡carne! Ni los tacos de longaniza en papas calman la ansiedad. Hubo que hacer una visita al pueblo más cercano. Toda la población cuya forma de ganarse la vida es mediante transportar a los turistas lo conocen. “El Bohemio” se llamaba, Maritza y Rebeca formaban parte de la decoración, siempre y cuando se tenga en cuenta que la decoración se mueve, y baila, entre más cervezas más se mueve. Un superhéroe no puede darse el lujo de enamorarse, y menos dos superhéroes. La arcaica imagen de la Justicia inmortalizada primero por Platón, de nombre, y luego por algún maestro, de forma, la señora bella e inmutable pero ciega se presentó en mi mente ante tan vacilación, junto con todas las dualidades que comparecen en los documentos humanos sobre génesis y principios religiosos, se hicieron presentes, Ying-Yang, pecado-redención, bien-mal, hombre-mujer, blanco-negro, gringo-cubano, Chivas-América, mi amor por Maritza-mis obligaciones como superhéroe. Lo siguiente que recuerdo fue la voz presurosa de Rebeca, la chica de la que Kaguaboy se enamoró, exhortaba a mi amada a que se levantara del lecho erótico, se vistiera y se fueran a la voz de “ya”. Tanta premura a mi ingenuo y enamorado corazón le pareció el dulce y ruboroso sentimiento postcoitum. Se fueron, con la promesa de que nos volveríamos a ver. Ahora, ya instalado de nuevo en mi cotidianidad, lo que más extraño, es mi celular. Conste que esto es un secreto, pude, muy fácil, con mis superpoderes, alcanzarlas y quitárselos, pero veámoslo de este modo: un celular no vale un amor.

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