viernes, 20 de agosto de 2010

El poema que nunca llegó

La tarde pintaba extraños dibujos en el cielo

Como los pecados escritos por Jesús en el piso

También me recordaban el diccionario de mis vicios

Y avancé al abismo de la desvergüenza y me arrojé

Con una piedra en cada mano, luego otras dos

Tiraba piedras al cielo con sincero reproche

Con el ingenuo cinismo de quien pide perdón

Por no haberse llenado antes las manos de sangre y lodo

Sucedió que la violenta plegaria regresó a mi cabeza

Como pesadas bendiciones, o como ásperas redenciones.

Entonces traté con más fuerza

Pero esta vez el dardo era la Indiferencia

Que no subía muy alto, no obedecía

Nada le importaba y caminaba en círculos

O en una recta infinita, o sólo tres pasos

Dependía de la balanza comercial

O de los resultados de Serie Cart

Su ausencia era tan persistente que la Memoria,

La madre de la Inducción, le cambio el nombre por un susurro

Que no era ni tierno ni misterioso

Era sólo aire saliendo de una boca, nada.

Y volví a intentar de nueva cuenta

Una plegaria, un novenario, tres misas y dos peregrinaciones

Cuando llegué a casa, extasiado de tanto fervor

Profundidad espiritual, rodillas sangrantes,

Dos buenas obras y tres indulgencias que gané en el camino

Sentado en el más incómodo reposet

Destapé la más amarga y fría de las cervezas que tenía

Como el cáliz amargo que Jesús pidió que fuera apartado de él

Y noté el sobre de un blanco poco frecuente

Era tan blanco que podría decirse que el sobre estaba recién confesado

Lo abrí y miré su contenido, decía:

“Recibí tus quejas. Estoy ocupado pero sigue intentando,

Eso te ayudará a no desesperar. Buen día. Dios”

Reí un poco de que la doble amarga ironía (aun más que la cerveza)

Que contenía el sobre fuera tan divino como breve

Y tan trágico como escucharle decir a Dios:

“Pobre tonto cree que tiene salvación”.

Cambié de destinatario y de arma

Esta vez sería un poema

¿A quién? A un hombre ¿A qué hombre? Al que ame

¿A quién amo? Al que yo quiera

¿A quién quiero? Al que mi voluntad señale

¿Acaso un yo desesperado tiene voluntad?

Reí un poco de mi desgracia y me puse a escribir

Sobre las flores, y bellos paisajes…

Tres bellos recuerdos, una hermosa metáfora

Algo de ritmo, algo de llanto y pequeñas raciones de patetismo.

Como aun no conocía ni hombre, ni mujer

Ni ser alguno a quien obsequiarlo

Decidí correr a la plaza a leerlo con voz en cuello

Acaso mi única preocupación era que más de alguno lo quisiera

No podría vivir con el remordimiento de causar una pelea

En tal caso haría otro, esta vez absolutamente dedicado

Y si alguien más quería, entonces haría otro y otro y otro

Quizá dedicara mi vida a hacer poemas y regalarlos

Eso redimiría algunas de mis faltas

Cambié la preocupación por mi futuro como fábrica de poemas

Y decidí ir a regalar el primero

Lo leí una vez con sentimiento y fervor, pausada y cálidamente

Volteé a esperar una mano estirada, quizá no sabían que lo regalaba

Pregunté con timidez y modestia: “¿Alguien lo quiere?”

Lo volví a leer con la misma pregunta posterior

Alguien pasó y me dio una moneda, uno más por ahí gritó:

“¡Ponte a trabajar!”

Desde entonces escribo poemas y los leo en público

Pero ya no le hablo a la gente

Ya no amo a los hombres

Ahora hablo de sus desgracias, y de las mías

Embarro mis fluidos en los versos

Y los deslumbro con la luz de mi pedantería

No tengo nada, la esperanza murió

Con el poema que nunca llegó.

Félix S.

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