Para aquellos cuyo diagnóstico es la desesperanza
Para los que divisan el paraíso desde el túnel de la incertidumbre
en la espera del momento sublime del absoluto
Para los que se apropian del mismo paraíso y desembocan
sin remedio en el túnel que lleva al infierno
Adagios
En los recuentos de los sueños perdidos encontré un adagio que rezaba:
“¡La arrogancia es la madre de los vicios del yo!”
Escupí en la cubeta de mis delirios con las náuseas de la tristeza
El sol, tan simple como abstracto, brillaba de impaciencia
Los anhelos se evaporaban al capricho de Eos
Junto con
Del Siempre que coquetea obscenamente con un jarrón
¿O era un Platón?
“La razón es prima de la arrogancia” rezó un nuevo adagio
La turba destruyó lo construido, la turbación
Nadie quiere vivir en castillos de cristal, es mejor vivir en una perrera
La profunda animalidad se reconoce en el aroma a salvaje
Como quien se ve en un espejo de agua puerca
Que cuanto más puerco más verdadero
Un nuevo y perverso adagio impacientó a
“La muerte acecha a los rebeldes” decía
Mientras se limpiaba los dientes de la carne cruda
“¡Un adagio que habla! ¡Valiente visión! Ahora sólo falta que un humano piense”
Dije con miedo de encontrar una máquina que sintiera
Enderecé el dorso del mi lecho de madera
Vomité hasta quedar nuevamente vacío
Sin miedo, sin fiambre sobre el Platón, sin lluvia que enchine la piel
Ni piernas ajenas en ritual erótico
El ciclópeo y eterno adagio sentenció:
“Lo impuro es lo que sale de la boca del hombre”
Y volví a engullir mis anhelos, mi miedo, mis delirios
Redimí mis faltas con el mundo matando a tres hipócritas
Sellé por fuera mi lecho de madera y lo enterré no sin derramar algunas lágrimas
Después jugué una partida de ajedrez (lo que quedaba
De mí) en honor al finado, sobre su tumba, como antaño, cuando jugaba con los muertos
Y los locos, los que hacen castillos de cristal, los que pierden los sueños
Y coleccionan reflejos perfectos
Como aquellos que bailan la danza de los inválidos
Bailan de manos y hacen las ecuaciones que diseñan los castillos con los pies
Lo único que les estorba es el corazón, pesa demasiado
Terminé la partida, y me despedí de mí y escupí mi propio adagio:
“Es que estoy loco, o estoy componiendo versos”.
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