viernes, 20 de agosto de 2010

Un jodido sino existencial para Kaguaman

Hace algunas lunas platicaba con Kaguaboy y me decía: “no mames Kaguaman, has perdido tu chispa, has dado al traste con el humor, la cerveza y la vaquetonería”, “no mi querido saltakaguamas, son etapas de la vida de un vago”. En ese momento no comprendí del todo lo que yo mismo quería decir, pero el pepe kaguama que todos tenemos dentro me decía con tenue voz que las cosas ya estaban trazadas de antemano. Por más que yo quisiera escapar de mi destino lo único que estaba en mis manos, y en las de todo ser viviente, era la modificabilidad parcial de las circunstancias que nos rodean, pero el destino estaba tan trazado como un modo de producción heredado por siglos de determinación histórica. No obstante, eso no hacia ni mucho menos más llevadero nuestro valle de lágrimas en este mundo. Enamorado o no el amor seguí siendo el infinito mismo puesto al alcance de un perro enano, como decía Celine. Ningún estudio sobre neuropsicología que ofreciera explicar el proceso del enamoramiento mediante secreción de sustancias en el cerebro podía resolver el problema de la soledad y angustia humanas. Es como si tu le dieras a alguien “me duele aquí adentro, cerca de la panza, pero un poco hacia arriba y a la derecha” y tal persona te contestara “es tu hígado que no alcanza a sintetizar todas las sustancias a las que lo expones y debe estar inflamado”, quizá la persona en cuestión ofrezca una medicina para curar la inflamación del hígado, y con ella el dolor, pero el momento de dolor fue absoluto, y fue un momento de angustia que la ciencia no podría ni medir ni explicar. Porque, finalmente, la historia de la existencia humana y de todos los seres son momentos, no hay momento sin percepción, digo yo, en una extraña perversión de Berkeley. Después de haber platicado aquella noche de humo y vapor de alcohol con Kaguaboy, caí en la cuenta de que la extraña derrota del enano maldito, abría un nuevo ciclo en la vida de la liga de la Kaguama, además por los extraños sucesos que se avecinaban. Podía parecer hasta absurdo, pero ¿quién soy yo para calificar a la vida de absurda? Sin embargo, a pesar de que la liga estaba libre de su peor amenaza externa, estaba a punto de ser disuelta, o por lo menos estaba a punto de quedarse con sólo un miembro. Kaguaboy tenía sus días contados. A Kaguatrón no le había sentado bien su libertad y buscaba anhelante un nuevo yugo. Kaguabrón y Kaguapato irían a radicar a Puebla. Eso quería decir que nuevamente yo estaba solo. Ese era un hecho predecible lo que hacía extraña la situación era en las circunstancias en las que se había presentado todo, es decir, justo cuando ya habíamos derrotado al enemigo que nos había hecho más daño. Tales decisiones evidenciaban con claridad el destino de cada uno trazado de antemano. Ninguna película, ni la saga de “Matriz”, ni la saga de “Terminador”, ni “El efecto mariposa”, ni “Corre Lola corre” han reivindicado el hecho de la absoluta determinabilidad de la historia, o, por lo menos, de nuestra ignorancia acerca de las modificaciones que haya sufrido nuestro destino. La nueva etapa de la liga de la Kaguama era clarísima. Los planes de salvación del mundo eran como la etapa presexual, era un eterno deseo imposible de erradicar, un absoluto momentáneo. Y los resultados se parecían a la etapa postsexual sin amor, la sensación de que se ha invertido todo en algo que no vale la pena, con la tremenda decepción de la huída del absoluto.

Nada tenía de extraño que muchas veces, después de alguna fiesta con algunas pieles, una noche de risas, pláticas interesantes, frases ingeniosas, coqueteos velados y uno que otro descarado, después de tal triunfo social, decía, llegara al kaguartel general con ganas de suicidarme. Después de haber salvado al mundo, abrumado por el peso de la existencia, y de mi propia necedad ya determinada, ya nada quedaba.

¿Acaso Kaguaman no tenía derecho al amor, a los domingos por la tarde, en fin a una vida feliz? La respuesta era clara: no. El rumbo del mundo me lo niega. El sentimiento puro me lo impide, el que se reviste de muchas formas: pasión, odio, amor, lealtad, mezquindad, bufonería, libertad. Soy esclavo de los extremos, yo no lo he elegido, cuando he sido seguidor de Aristóteles y su sophrosyne el mundo se me ha revelado como esclavitud absoluta de la máxima angustia. Kaguaman necesita drogas que mitiguen sus dolores permanentes. El ser extremo ha nacido como una nueva categoría: recitarle de memoria un poema a la luna mientras me masturbo ha de ser la nueva afición. La nueva etapa se avecina como aquella que desconozca las verdades absolutas como lo evidentemente absurdo, y lo absurdo será la nueva bufonada, habrá que ser un farsante. La mentira ganará su espacio en la liga de la Kaguama compuesta por una sola persona y les erigiremos una estatua de bronce a los traidores con una leyenda que diga: “fueron unos traidores excelentes. Me persignaré tres veces al día y me lavaré los dientes todos los domingos, porque sólo lo espiritual tendrá importancia, todo lo que tenga que ver con el espíritu. En tal caso, ampliaré el diccionario de mis pecados y le copiaré algunos a Sabina, porque le pecado es más espiritual que la redención, porque el pecado es la caída, es la debilidad por la maldad que nada tiene que ver con lo material, la maldad es pura, como el amor, y la redención es el arrepentimiento por haber cedido al mundo, pecado y virtud serán los nuevos extremos. Subiré a un colectivo a cantar, y al que me de una moneda le patearé la cabeza. Le daré una moneda a un mendigo y correré tres calles adelante para asaltarlo en la esquina. Tomaré cerveza en el desayuno y chocolate los fines de semana. Así será la nueva etapa de la liga de la Kaguama compuesta por un solo miembro. De cualquier modo la especie humana es un miserable destello en la historia de la creación, ya había millones de años de vida en la tierra cuando el hombre llegó con sus imbecilidades, es hora de hacer bien las cosas.

La Tentación está cerca y ya hay una lista de suscriptores, ya la he hecho mi amiga y confidente, a veces yo juego con ella. Ella y la Seducción han hecho de mí un buen tipo, porque he entendido que la grandeza y la miseria humana van de la mano, son hermanas, sólo viven en mentes diferentes, y la Seducción y la Tentación conoce a todas las mentes, por eso las aprecio, es el único leguaje viable entre humanos. Será lo único que una a la liga de la Kaguma tras su desaparición concreta. Habré de llamarles a deshoras e incitarlos a caminar sin yugo unas horas más, aunque después lo reclamen nuevamente. Nadie me ha dado el derecho de denunciar tales acontecimientos pero es que soy un cobarde, no puedo soportar el sufrimiento de ser feliz, como decía Keats. Sería inútil escribir un epitafio para la liga, aunque ya se sepa de su próxima desaparición, por dos razones: 1) casi a nadie le gustaría que estuvieran pensando en su epitafio cuando acaba de nacer, aunque ya se sepa que irá a morir, me incluyo en el casi; y 2) cuando se trata de epitafios lo que no es cliché, es aberración, como decía Cioran. Habremos pues de estar contentos con las próximas nupcias, porque no habremos perdido tres hijos, haremos ganado tres hijas, y algunos más. Pero, no obstante, hayamos perdido la fe en las revueltas, tan grande expectativa de cambio y libertad siempre despierta en todos al terrorista que llevamos dentro. Así pues, pase la nueva liga de la Kaguama renovada a anegar este mundo que está en peligro. Y recuerden que, como dijo Emil Cioran: “Se aprende más en una noche en vela que en un año de sueño. Lo cual equivale a decir que una paliza es mucho más instructiva que una siesta”.

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