viernes, 20 de agosto de 2010

La imponente cazadora

Se parecía a Ken Norton. Grande, espalda amplia, cabello largo, brazos musculosos, fuertes piernas y caderas pequeñas y escondidas. Aquél legendario apoyador de los 49’s de San Francisco se hacía presente en todo su poder junto con su ilustre retoño, Ken Norton Jr. Sin embargo, algo la hacía diferente. La exquisita y sutil sugestión con que interactuaba con sus víctimas era tan proverbial como las mejores hazañas de Tony Kamo. En ocasiones creemos que lo único que existe es lo que se ve, y no existe error de confianza tan grave como ese porque hay una parte de la vida que la mayoría quiere ignorar, pero con eso duerme, come, sueña, camina, piensa, anhela, caga y vive todo el tiempo, es una parte que ni se ve, ni se oye, ni se huele, pero todo el tiempo se siente. Algunos le dicen sentimientos, Sábato le llamaba verdadera realidad metafísica, Russell decía que Sócrates no hubiera sido el mismo sin creer en la vida después de la muerte, Freud hablaba de complejos, pero Corina lo usaba como forma de vida, parasitaria, desprovista del sentido moral. Como una sanguijuela que vive de la sangre de quien se deje. Hablaba calmadamente y miraba a los ojos, sabía qué ibas a decir dos frases antes de que lo dijeras. La vieja costumbre vital de la cacería, ella la había convertido en un arte. Acechaba con amabilidad, como la más sofisticada de los cazadores, con decencia. No recuerdo ningún comentario propio o ajeno, incluso de sus propias víctimas, que aludiera a su indecencia con tono de queja. Atenta, educada, interesante son adjetivos que le sentaban justamente pese al cuerpo de apoyador de los 49’s de San Francisco. Camisa a cuadros las más de las veces, por fuera, zapatos todo terreno y mirada de James Dean. Alguno se preguntaba los motivos de su atractivo. Todos sabíamos la respuesta, pero a nadie le gustaba mencionarla, por eso nuestro homosexual interno callaba mientras las manos de Ken Norton acariciaba nuestras caderas ¡Vaya que lo hacía!

Algunos pensaban que el pretexto de la borrachera los salvaba de los incovenientes morales. Nada más falso. De uno u otro modo Ken Norton había leído mil veces “El diario de un seductor” de Kierkegaard. Bastaba con que mirara con ojos selectivos el siguiente y su destino podía considerarse trazado. Súper-Cori, amigo mío, y aliado de la liga de la Kaguama bien lo sabía. Alegaba problemas de memoria, pero el destino lo bendijo con un encuentro cercano. Si el exceso de alcohol truncó las sinapsis encargadas de la retención de información, alguna huella en su alma fue testigo de la eximia experiencia.

Cartón y medio de caguamas y Corina cerca fueron dos razones inextricablemente unidas que Súper-Cori tendrá que contarle a su terapeuta. Ya era tarde, el piso se movía mucho, los carros parecían andar en parejas, las personas actuaban raro, como si tuvieran problemas con la espalda, como si fueran decentes. Súper-Cori iba al Cori-Cuartel, caminando trabajosamente en sus dos pies, como le acababan de enseñar, cuando, repentinamente, le salió al paso un indigente que le pidió dinero. Le dio dos monedas y siguió su camino agradeciendo que no hubiera sido Corina. Toda la escuela estaba a la expectativa desde hacía dos días cuando un comentario emblemático y aterrador había hecho eco en las paredes lúgubres del edificio más alto y abandonado de la FES. Tal comentario, poco más o menos a la letra decía con estridencia metafísica: “este fin de semana cena Concha”. Nadie quería hablar del comentario porque nadie quería invocar a los demonios. Pobre Súper-Cori tuvo que salir a la hora de las brujas en el día menos indicado, y para colmo, borracho. Subió en cuatro pies el colectivo que pasaba cerca de su casa, y, cruel destino, se sentó justamente al lado de su perdición. La mirada que posee a un defensivo cuando un liniero ofensivo resbala o descuida a su orquestador augura una catástrofe acompañada de lujuria y desenfreno sádico. Corina estaba esperando a Súper-Cori, ya lo esperaba antes de que naciera. “Hola precioso” fue la frase que inició la hecatombe. Después, en palabras del propio Súper-Cori, la descripción adquiría especial lobreguez: “no mames, nadie puede resistirse con esa mirada ultra-cachonda y ese sex-appeal de físico-constructivista”. Algunos testigos circunstanciales decían con temor, como quien recuerda un asalto o un secuestro, que cuando Súper-Cori dormía y le caía saliva de las comisuras de los labios algo que parecía una lengua expandible como cuello de hamadrías de inmediato limpiaba el rostro completo del desafortunado muchacho. “Me enterneció tanto que me hizo recordar cuando la Verónica le limpió de misericordiosa pasada el rostro a Jesús” decía uno de los testigos. Se rumoraba, de alguna de las víctimas que no perdió la razón, que sentía como desde su estómago regresaba la comida del día anterior acarreada por una víbora, y mientras sus fluidos huían de él junto con sus últimas fuerzas un dedo lo auscultaba con el examen de la próstata. Nunca nadie dudó del destino trágico del Súper-Cori, pero tampoco se comentaba, se volvió una leyenda maldita que todos evitaban mencionar por miedo a las apariciones. A pesar de todo, algunas versiones soñadoras se dejaban escuchar por los más viejos de los viejos de nuestro pueblo. Unos decían que en el último momento alcanzó a huir rumbo al sur, que se internó en la selva Lacandona, y de pena y horror se convirtió en chango y olvidó el español, y que ya tiene muchos hijitos y se volvió jefe de la manada, todos lo obedecen mientras él come plátanos. Otra versión dice que cruzo el río bravo medio muerto y que lo recogió la migra para regresarlo a México pero lo confundieron con un Talibán porque deliraba y hablaba de grandes horrores y horribles masacres, entonces lo mandaron a Guantánamo donde todas las noches agradece que lo violen soldados gringos y no Corina. Hay quienes creen que una noche oscura y cómplice del mal, cuando pasaba la Llorona lamentando a sus retoños se le unió Súper-Cori a tan lastimero y horrible grito, y desde esa ocasión las mamás duermen a sus hijos con la amenaza de “si no te duermes va a pasar Súper-Cori y la Llorona te van a llevar”. Como sea que haya sido nadie recuerda aquella escalofriante historia sin al menos persignarse dos veces.

Aunque recibí muchas encarecidas peticiones y amenazas para no publicar este relato, mi afán por la verdad y la honestidad pese a cualquier circunstancia, junto con mi profesionalidad periodística y de escritor, me impelen a terminar esta historia con una confesión por pocos sabida y no menos sorprendente que el resto de la aventura. Nadie pensaba que lo volviéramos a ver pero una tarde, justo a la hora de las brujas, lo que parecía una fantasmal silueta familiar, a menudo que se acercaba se fue convirtiendo en lo que ahora era Súper-Cori. Con muchos esfuerzos nos reconoció, y después de diez minutos de ruegos para que no nos taloneara lo invitamos a pasar a la cabina, le ofrecimos agua y un poco de comida, que, por su rostro, parecía que no la frecuentaba. Había pertenecido algún tiempo a la guardia secreta de Jaser Arafat en Palestina, peleó en la guerra civil del Congo del lado de los revolucionarios, dio conferencias sobre autoestima en el Amazonas a una tribu de reductores de cabezas; todo eso había hecho con el afán de olvidar su tormentoso pasado. Traía un saco café raído por el uso, unos pantalanes grandes y un turbante, tenía al menos cinco kilos menos del peso que le correspondía. Le dimos un trabajo, le conseguimos una novia y lo alimentamos. Lo quisimos mandar a Oceánica, pero el presupuesto no daba para tanto, así que le dimos terapia, le pusimos un programa con una bella conductora, al programa le llamamos “La Cura”, en honor a su rehabilitación. El programa fracasó al poco tiempo y la bella conductora huyó del país, pero Súper-Cori volvió a sonreír. De Corina se dice que se refugió en territorios agrestes y que come carne de venado que caza con sus propias manos y que espera el momento preciso donde tenga que volver por alguien que haya elegido antes de nacer. Por el momento, el mundo aun está a salvo.

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