Se parecía a Ken Norton. Grande, espalda amplia, cabello largo, brazos musculosos, fuertes piernas y caderas pequeñas y escondidas. Aquél legendario apoyador de los 49’s de San Francisco se hacía presente en todo su poder junto con su ilustre retoño, Ken Norton Jr. Sin embargo, algo la hacía diferente. La exquisita y sutil sugestión con que interactuaba con sus víctimas era tan proverbial como las mejores hazañas de Tony Kamo. En ocasiones creemos que lo único que existe es lo que se ve, y no existe error de confianza tan grave como ese porque hay una parte de la vida que la mayoría quiere ignorar, pero con eso duerme, come, sueña, camina, piensa, anhela, caga y vive todo el tiempo, es una parte que ni se ve, ni se oye, ni se huele, pero todo el tiempo se siente. Algunos le dicen sentimientos, Sábato le llamaba verdadera realidad metafísica, Russell decía que Sócrates no hubiera sido el mismo sin creer en la vida después de la muerte, Freud hablaba de complejos, pero Corina lo usaba como forma de vida, parasitaria, desprovista del sentido moral. Como una sanguijuela que vive de la sangre de quien se deje. Hablaba calmadamente y miraba a los ojos, sabía qué ibas a decir dos frases antes de que lo dijeras. La vieja costumbre vital de la cacería, ella la había convertido en un arte. Acechaba con amabilidad, como la más sofisticada de los cazadores, con decencia. No recuerdo ningún comentario propio o ajeno, incluso de sus propias víctimas, que aludiera a su indecencia con tono de queja. Atenta, educada, interesante son adjetivos que le sentaban justamente pese al cuerpo de apoyador de los 49’s de San Francisco. Camisa a cuadros las más de las veces, por fuera, zapatos todo terreno y mirada de James Dean. Alguno se preguntaba los motivos de su atractivo. Todos sabíamos la respuesta, pero a nadie le gustaba mencionarla, por eso nuestro homosexual interno callaba mientras las manos de Ken Norton acariciaba nuestras caderas ¡Vaya que lo hacía!
Algunos pensaban que el pretexto de la borrachera los salvaba de los incovenientes morales. Nada más falso. De uno u otro modo Ken Norton había leído mil veces “El diario de un seductor” de Kierkegaard. Bastaba con que mirara con ojos selectivos el siguiente y su destino podía considerarse trazado. Súper-Cori, amigo mío, y aliado de la liga de
Cartón y medio de caguamas y Corina cerca fueron dos razones inextricablemente unidas que Súper-Cori tendrá que contarle a su terapeuta. Ya era tarde, el piso se movía mucho, los carros parecían andar en parejas, las personas actuaban raro, como si tuvieran problemas con la espalda, como si fueran decentes. Súper-Cori iba al Cori-Cuartel, caminando trabajosamente en sus dos pies, como le acababan de enseñar, cuando, repentinamente, le salió al paso un indigente que le pidió dinero. Le dio dos monedas y siguió su camino agradeciendo que no hubiera sido Corina. Toda la escuela estaba a la expectativa desde hacía dos días cuando un comentario emblemático y aterrador había hecho eco en las paredes lúgubres del edificio más alto y abandonado de
Aunque recibí muchas encarecidas peticiones y amenazas para no publicar este relato, mi afán por la verdad y la honestidad pese a cualquier circunstancia, junto con mi profesionalidad periodística y de escritor, me impelen a terminar esta historia con una confesión por pocos sabida y no menos sorprendente que el resto de la aventura. Nadie pensaba que lo volviéramos a ver pero una tarde, justo a la hora de las brujas, lo que parecía una fantasmal silueta familiar, a menudo que se acercaba se fue convirtiendo en lo que ahora era Súper-Cori. Con muchos esfuerzos nos reconoció, y después de diez minutos de ruegos para que no nos taloneara lo invitamos a pasar a la cabina, le ofrecimos agua y un poco de comida, que, por su rostro, parecía que no la frecuentaba. Había pertenecido algún tiempo a la guardia secreta de Jaser Arafat en Palestina, peleó en la guerra civil del Congo del lado de los revolucionarios, dio conferencias sobre autoestima en el Amazonas a una tribu de reductores de cabezas; todo eso había hecho con el afán de olvidar su tormentoso pasado. Traía un saco café raído por el uso, unos pantalanes grandes y un turbante, tenía al menos cinco kilos menos del peso que le correspondía. Le dimos un trabajo, le conseguimos una novia y lo alimentamos. Lo quisimos mandar a Oceánica, pero el presupuesto no daba para tanto, así que le dimos terapia, le pusimos un programa con una bella conductora, al programa le llamamos “
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