viernes, 20 de agosto de 2010

Kaguman y Kaguaboy contra las Estirapitos

Serían, quizá, las cinco y algo andaba buscando unas específicas señales. La disponibilidad y flexibilidad deben caracterizan a cualquier héroe de poca o mucha monta, pero esta vez el problema era mayúsculo, no había más equipo de apoyo que Kaguaboy y el Kaguamóvil, el Santo en la misión del trasbordador espacial Lunave, Blue Demon conduciendo un programa en canal 40 que terminaría siendo el más inédito de la historia, Mil Máscaras y Dos Caras en el programa especial de alta prioridad contra la osteoporosis, en fin, sólo éramos tres contra la mayor amenaza desde el peligrosísimo chupacabras. Circulábamos despacio por las calles más periféricas de Chimalhuacán, el barrio de la mujer más violenta de la zona metropolitana, es decir, La Loba, no sabíamos a qué nos enfrentábamos, la llamada había sido bastante confusa, sólo se distinguía algo así como: “qué pedo ca… no ma… stoy bien pisto… asshúdame… caguamas… calientes… ches rucas, acá en Chima…”, aquello parecía como un telegrama de los que mandaba el burras cuando se ponía a chupar con Don Cipriano, el que mandaba los telegramas, les empezaban a mandar a sus dizque novias recados de amor, de modo que el problema estribaba en la dificultad físico-logística del rescate en una zona controlada por La Loba y sus priístas del mal, en terreno de difícil acceso, bastante agreste, y, por si fuera poco, teníamos tanta información sobre la misión como la que EU tenía cuando empezó la invasión a Irak, sólo sabíamos que era en Chima, las demás palabras podrían significar muchas cosas, por ejemplo: lo podían haber estado torturando con caguamas calientes unas inches rucas, o, que hay unas rucas calientes y varias inches caguamas, o, que le ayude con las caguamas mientras él va por unas rucas calientes a Chima, o, que no caliente las caguamas y que me espera en Chima con unas rucas, o, que las rucas de Chima son bien calientes y ellas ponen las caguamas, en fin, la anfibología de las frases entrecortadas nos podía dar material para volver a escribir la Enciclopedia Británica. Sin embargo, no podíamos ser tan confiados, muchos rumores corrían por aquellos rumbos de horribles asesinatos, las víctimas siempre eran varones y compartían la horrenda característica de cadáveres de tener enredado en el cuello su propio miembro, situación que hablaba de las horribles torturas a las que eran sometidos, dicho sea de paso para alguien como Kaguaman aquello no era una tortura, pero para los demás simples mortales, estirarles sus 15 cm hasta convertirlos en 70 debería ser algo bastante doloroso. Otras características que presentaban las víctimas es que murieron ebrios y en alguna situación moralmente censurable según la cosmovisión de las recientes viudas, es decir, si eran casados, les estaban poniendo el cuerno a sus esposas, y si eran solteros, estaban queriendo seducir a alguna delicada florecilla. A aquella muerte los forenses le llamaron la muerte del ahorcado orgulloso.

Como decía, serían las cinco y algo las calles eran polvosas y funcionaban a razón de tres baches por metro cuadrado, pronto el ocaso vendría a hacerse aliado de las mujeres estirapitos. Llevábamos casi tres horas de recorrer calles llenas de propaganda priísta, baches, polvo y cantinas y en cada cantina revisábamos las señales secretas donde se dice en el bajo mundo que se concentran la mayoría de sectas satánicas, sádico-masoquistas, grupos de mujeres cubanas que tejen chambritas con la cara de Fidel Castro, y, lo que más nos importaba, la secta milenaria de las estirapitos que cada coyuntura política hacían su aparición con oscuros rituales secretos de venganza y deseo de control absoluto del ámbito político, económico, alcohólico y moral de la sociedad masculina. Las señales era una leyenda que aparentemente nada tenía que ver con la secta, y era: “Bienvenidas a la secta secreta de las estirapitos”, de modo que teníamos que tener los ojos bien abiertos. Pasamos frente a una cantina donde había dos mujeres afuera a modo de anuncios vivientes el lugar se llamaba “La estiradita”, pero no vimos la señal esperada, aun cuando la aventura ya había terminado no nos explicábamos por qué no habíamos visto la señal de la secta y antes de retirarnos del lugar caímos en la cuenta de que el motivo de la ausencia de percepción de la señal fue porque estaba entre paréntesis, y la verdad, generalmente, nos da hueva leer lo que está entre paréntesis, casi nunca es importante. Mediante una decisión democráticamente discutida Kaguaboy se dispuso a entrar primero al lugar no sin responder al empujón motivador con una queja: “no mames Kaguaman, siempre me toca lo mas pelado”, nada había que objetar a la exclamación kaguaboyana, parecía una cantina normal, con gordas y muchas cervezas, la verdad toda la tarde había estado muy pesada y merecíamos un descanso. Pedimos dos cervezas, un plato de botana y dos gordas pal estrés, las llevaron enseguida. Bebimos un buen rato, hasta que un vecino indignado por que el kaguamóvil quedó bloqueando su entrada llegó manoteando y vociferando: “vas Kaguaboy mueve la nave pa que el ruco no la haga de pedo” le indiqué a mi fiel compañero, regresó al cabo de 10 minutos y fue directo al baño en el cual tardó 15 minutos, situación que de inmediato despertó mi cuarto sentido, intentaba dirigirme al baño cuando Casandra me detuvo y me empezó a acariciar la entrepierna, pude aguantar solo 15 minutos en esa situación mi cuarto sentido me indicaba a gritos que tenía que ir al baño antes de que algo peor pasara. De tres pasos estuve en el baño y gritando: “órale pinche Kaguaboy ¿estas cagando fideo o qué pedo? El cuarto sentido ya casi se me sale…” no acababa de gritar cuando alguien me puso un arma en la espalda y me tapaba la boca mientras me esposaba, me introdujeron al baño y abrieron una puerta falsa, me empujaron al fondo del cuarto donde vi a Kaguaboy atado a una cruz grande y con los pantalones abajo y dos mujeres estiraban su miembro mientras él babeaba con los ojos en blanco, lo cual enfurecía más a las mujeres y él más babeaba, de todos lados. Una mano detrás de mi me indicó mudamente la suerte que me esperaba, y era una cruz escoltada por dos mujeronas que hacían que Martha Villalobos se viera como Rosita fresita, fui colgado de la cruz junto a Kaguaboy y empezaron la faena con la consecuente reacción similar a la de mi compañero. Estaban tan enfurecidas las mujeres por la reacción no esperada de nuestros portentosos cuerpos que descolgaron una motosierra y dos hachas de la pared que estaba decorada con objetos para todo tipo de perversiones sexuales y nos dijeron: “si así no les duele entonces se las vamos a cortar y luego los vamos a colgar del techo con sus propios pitos”. Tal determinación nos hizo ver que la situación estaba dura, bastante dura, estábamos desesperados y yo con ganas de mi cuarto sentido, y en ese justo momento me llegó la inspiración de la idea que nos salvaría y entonces le dije con educación y resignación fingida a quien parecía ser la líder la banda: “señorita estirapitos, parece inminente nuestra ignominia, y tras ella, nuestra inevitable muerte, quisiera pedirle mi última voluntad” a lo que ella me contestó enfadada “habla bastardo y que sea rápido” “no quiero morir sin haber desalojado mi vejiga, verá usted, en caso de que corten mi pene antes de orinar podría ser poco grato para ustedes, y si me favorece con mi última voluntad, ustedes no resultarán manchadas y yo moriré satisfecho”, después de unos segundos de reflexión la jefa dijo: “suéltenle el pito, que mee”. Lo siguiente fue un verdadero caos al grito, de: “eyección radioactiva de orines de una peda de tres días” aquello parecía una manguera de bomberos fuera de control, orines por todos lados, Kaguaboy estaba empapado, las cuerdas de sus pies se empezaron a desintegrar, junto con mis esposas. Por fin estábamos libres de nuestras ataduras, pero aun había que salir de aquél lugar, sin embargo otra vez nos vimos rodeados por las terribles estirapitos, cuando, estrepitosamente cayó la puerta falsa del baño que conducía a la habitación secreta donde estábamos, era la policía, treinta y cinco elementos del grupo de asalto de operaciones especiales amagando a todos y cortando cartucho, nos pusieron a todos de rodillas con las manos en la cabeza, en la de encima del cuello y nos dijeron: “¿quién fue el hijo de perra que dejó su maldita carcacha enfrente de la entrada de donde metemos las patrullas?” Kaguaboy me vio con mirada culpable y me dijo en voz baja “eso quería decirte Kaguaman, es que no sé manejar y sólo pude estacionar el kaguamóvil ahí…” Me levanté y le di un beso en la frente a Kaguaboy y dije con las manos en alto, yo fui oficial. Fui esposado y llevado a una patrulla- perrera donde le expliqué al comandante los pormenores de nuestra misión. Toda la banda de las estirapitos fue arrestada y encarcelada. Kaguaboy, con su infinita pendejez, nos había librado de la muerte del ahorcado orgulloso. El Changuito, el compa por el que originalmente había empezado la misión estaba en la cantina de enfrente, borracho como una cuba y luchando por acabarse un caldo bien caliente de mollejas para que se le bajara lo ebrio y acompañado por dos ruquitas, su tía y su madrina, que no podían llevarlo cargando a su casa.

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