miércoles, 11 de marzo de 2009

La Emboscada

La orden del Estado mayor era precisa: había que acabar con el enemigo no importando los recursos ni el número de bajas. El enemigo tenía dos semanas causando estragos en la quinta división, casi había desaparecido por completo el 23 regimiento de caballería, y del cuarto escuadrón sólo quedaban cuerpos incinerados. La táctica enemiga era aplastante, literalmente, pero esta vez un grupo de oficiales que pertenecían a la guardia de élite de la división de inteligencia para situaciones especiales habían elaborado una estrategia que devolvía las esperanzas a la quinta división. Las maniobras requerían de una organización logística impecable, cualquier error operativo podía acabar con la operación y con la quinta división, porque, irrevocablemente la reacción del enemigo sería barrer con toda la campaña, sería, definitivamente, el fin de un pueblo. En vista de las características físicas y de comportamiento táctico del enemigo la mejor estrategia era una emboscada, no cualquier emboscada, del tipo más peligroso, porque consistía en interceptar el paso al enemigo sin que se diera cuenta e infiltrarse en su propio cuerpo, para corroerlo por dentro hasta que cada soldado quedara con las mandíbulas llenas se sangre. Desde la legendaria batalla de Issos donde Alejandro Magno venció a las tropas imperiales de Dario III con un número de 200, 000 soldados incluidos mercenarios griegos y la tropa de élite de los 10 mil Inmortales contra apenas 40, 000 soldados macedonios y griegos, desde aquella e inmemorial batalla ganada gracias a la bravura y táctica militar impecable, desde aquel cruento prodigio de cadáveres ninguna batalla que me sea conocida tuvo tantas expectativas de fracaso como la que se empeñaba la guardia de élite de la quinta división.

El terreno era el primer obstáculo a vencer. Había llovido por varios días seguidos, y había sido necesario reinstalar el campamento con todas sus provisiones debido a las inundaciones causadas por los arroyos cercanos que se habían desbordado. Incinerar los cuerpos se había vuelto una proeza necesaria. Con el terreno tan mojado, hacer una fogata era casi tan difícil como hacer más de una comida al día porque, además los víveres empezaban a escasear. Sin embargo, las fogatas eran absolutamente necesarias, de otro modo, todo el regimiento podía perecer de enfermedades causadas por la podredumbre de los cadáveres. Cualquiera se hubiera horrorizado de contemplar el campo de batalla después de una jornada de lucha. Se podía confundir el cuerpo al que alguna vez habitaba alguna cabeza sino se conocía al dueño en vida, y, en ocasiones, eran tantas las cabezas separadas de su origen natural que se recogían cráneos y cuerpos por aparte, y hasta se quemaban por separado a fin de no ofender la memoria de los caídos poniéndoles un cuerpo que nunca les había pertenecido. En el mejor de los casos había que buscarle una cabeza a un cuerpo o quemarlos aparte, sin embargo, era otra cosa con las manos y las patas arracadas de tajo, todas éstas iban juntas ya con los cuerpos, ya con las cabezas, estaba totalmente fuera del alcance de la división organizar una comisión que se dedicara ex profeso a separar manos derechas medias con sus similares, o patas izquierdas de la tercera articulación para abajo. Todos los pedazos debían ir a un solo lugar. En teoría, porque más tarde, en las memorias encontradas de un teniente del cuarto regimiento describía detalladamente la práctica del canibalismo de las extremidades inferiores y superiores de todo el cuarto regimiento como –así se justificaba él- medida extrema de supervivencia. Sin embargo, los delicados consejos culinarios de que se hacían alusión en las memorias del teniente, hicieron dudar de que el teniente hubiera perdido la razón antes de ser el mismo decapitado en batalla. No obstante esa historia se conservó como el secreto a voces más morboso del cuarto regimiento.

Las inundaciones no habrían de afectar al emplazamiento del campamento, la táctica misma se vería afectada en tanto justamente, por las zonas inundadas, pasaría el enemigo, de modo que hubo que proveerse del equipo necesario para maniobras acuáticas. Quizá el cansancio físico y moral de las tropas era el mayor impedimento. No era fácil ver caer en pedazos a amigos, primos, hermanos y además ser derrotados una y otra vez. La caballería estaba exhausta y maltrecha, y quedaban sólo la mitad de los infantes que llegaron a la campaña y los que quedaban estaban heridos y hambrientos.

Por alguna extraña razón lo único que no habían perdido era la bravura innata de su especie y el deseo de supervivencia. Incluso en los campos de concentración se daban casos de gente que no quería suicidarse aun a sabiendas de que les esperaba una muerte horrible y dolorosa; el deseo de vivir los mantenía sin el valor cerrar los ojos para siempre por su propia cuenta. Pese a los inconvenientes de la última acción desesperada de la quinta división, estaban listos para intentar la mayor proeza de sus vidas o morir como lo que eran, soldados imperiales y grandes guerreros. He visto, en mis otras vidas, a samurais temblar de miedo ante la idea del seppuku, sin embargo, su código de honor los guiaba, pero probablemente ninguna especie de la creación tendrá jamás tanto valor en sus entrañas como la quinta división, qué por valentía pura, eran capaces de ser desmembrados y aun luchar con mordidas contra su verdugo.

Se escondieron en los lugares acordados. Unos detrás de unos arbustos gigantes, otros más, con el equipo de maniobras acuáticas, debajo del agua, sólo un pequeño grupo de los infantes más osados esperaría, como señuelo, justo enfrente del enemigo. Había serias posibilidades de que el enemigo ya hubiera adivinado la táctica, sin embargo no se podía dar marcha atrás. La vibración en el piso anunció la llegada próxima del enemigo, se sentía ya su andar pausado y desconfiado. Había que esperar, aun estaba demasiado lejos. Cuando faltaban tres segundos para iniciar el asalto el nerviosismo traicionó al que comandaba el regimiento de caballería y mandó al ataque. De inmediato los infantes que estaban de señuelo arremetieron de frente, y con ellos el resto de la infantería llenos de confusión que pensaban subsanar con ferocidad. El quipo acuático que estaba compuesto, en su mayoría, por la guardia de élite siguió su táctica al pie de la letra aunque antes de tiempo. El error fue fatal para algunos. Tres segundos fueron suficientes para que el enemigo realizara una maniobra desesperada, pero, peligrosamente defensiva, retrocedió un poco y luego repentinamente se abalanzó contra los valerosos infantes frontales matando a todos, y de paso a la tercera parte de la caballería, aquél, sin embargo, fue el momento ideal para que las dos terceras partes restantes incursionaran en el espacio enemigo sin que aquél se diera cuenta y poder iniciar el ataque que permitiría que la guardia de élite y los infantes restantes arremetiera con todo.

El enemigo dejó escapar un alarido de dolor mientras la caballería hundía sus filosas mandíbulas en la carne viva. La situación de confusión permitió al resto de las tropas trepar por los tenis y dentro del pantalón y hacer lo mismo que sus compañeros de batalla. El enemigo gemía herido como toro bravo.

- Malditas hormigas hijas de puta –vociferó con rabia y dolor el enemigo.
- ¿Qué chingados te pasa Kaguaman? ¿Ya te dio la chiripiorca? –preguntaba el regimiento de apoyo del enemigo, que hasta ahora no se había contemplado en la táctica.
- No mames wey, se me subieron unas putas hormigas… ayyyy, hijas de la chingada… ayyyy… me voy a quitar el pantalón –gritaba el enemigo desesperado.
- Kaguaman, te recuerdo que estamos en la calle –dijo el apoyo del enemigo sin atreverse a entrar en batalla, parecía con miedo.
- Me vale madre, no quiero que lleguen a los huevos, ya los tengo bastante grandes como para que todavía me los hinchen… ayyyyy… no mames… ayyyy –gritaba son parar el enemigo en lo que parecía el principio de la victoria de la quinta división.
- Jajajajaja, te ves re cagado brincando, parece que estas bailando break dance… jajaja –se limitó a decir el apoyo, sin defender al que llamaba Kaguaman.

La victoria, por fin, parecía inclinarse del justo lado de la quinta división, cuando, repentinamente los bravos guerreros del 23 regimiento de caballería comenzaron a caer uno a uno, como si fueran muriendo debido a una parálisis de funciones vitales. A éstos le siguieron en la caída los infantes. Todo parecía inexplicable, el enemigo no había matado en batalla más que a unos cuantos, los demás estaban atacando sin piedad sin ser heridos cuando repentinamente murieron. Los cuerpos caían como gotas de lluvia. Los últimos en caer fue la guardia de élite. Ahí estaba la última esperanza de la quita división, regada por el piso en forma de cuerpos inertes, pero completos. El enemigo arrasó por completo a los restantes. Todavía, los que agonizaban sin brazos o sin patas, antes de exhalar su vida y su victoria fallida, alcanzaron a escuchar la conversación burlona entre el enemigo y su regimiento de apoyo:

- No mames Kaguaboy, qué putiza me pararon las pinches hormigas, parecía que estaban poseídas –decía el enemigo.
- Jajajajaja, qué putiza les paraste tu wey, te picaron y se murieron las pobrecitas, imagínate cuánto alcohol tienes en la sangre… jajajaja –decía el regimiento de apoyo.
- Ya no la hagas de pedo e invítame una chela para el dolor, porque Kaguaman, una vez más está a salvo.

martes, 24 de febrero de 2009

A toda la Liga de la Kaguama

La economía mundial hecha ni mierda (porque si no comemos tampoco cagamos), el país cayendo a pedazos, de secretarios de Gobernación, la educación vuelta de espaldas (y empinada) a la iniciativa privada; con el primer “come-liones bailador” en la historia de presidente del país más castroso del planeta; con un tremendo y sostenido aumento en el precio de la droga; insertados en un imaginario colectivo tendiente a la psicosis, donde neurosis e histeria son desayuno comida y cena entre novias, madres, amigas y hermanas; en una época cada vez menos autoconciente de individualidad y mezquindad no vistas ni en las épocas más idiotas de la humanidad. Ahí surge la Liga de la Kaguama, en cualquier punto del mundo “pre-MadMax”. Su surgimiento es desconocido, pero perfectamente predecible. Sus integrantes, tipos extraños, irreverentes, listos, sarcásticos, de laxa moral, de humor simpáticamente oscuro, peyorativo, ácido, individuos destinados a salvar al mundo… de su desesperación, de su cotidianidad, de su mojonismo (neologismo proveniente de otro neologismo llamado “mariconería”), del sometimiento de su moral, de la charanga…

De modo que nunca antes se había hecho tan vital la tajante necesidad de un tecnotreo sin tapujos. Irónico, cáustico, ingenuo y, las más de las veces, indescriptiblemente idiota. Circunscrito en una de las más radicales culturas “under” que han parido los últimos y caóticos tiempos: la cultura kaguaband. Un programa de pretensiones literarias fallidas y filosofías banqueteras (de banquetas no de banquetes, y que nos disculpe Platón).

Toque en mano y micrófono en boca (debería ser al revés) Kaguaman nos revela las partes más jodidas del eterno jaloneo que es la vida humana. La historia de los primeros superhéroes anónimos Kaguaman, Kaguatrón y Kaguapato, la Liga de la Kaguama, rodando en las más absurdas aventuras que ha dado esta época boicoteada por mentadas, microbuses, novias obsesivas, mamás sobreprotectoras, falta de capital, deudas externas, partidos de fútbol arreglados y demás desgracias que le aquejan a cualquier perdedor decente.