martes, 24 de febrero de 2009

A toda la Liga de la Kaguama

La economía mundial hecha ni mierda (porque si no comemos tampoco cagamos), el país cayendo a pedazos, de secretarios de Gobernación, la educación vuelta de espaldas (y empinada) a la iniciativa privada; con el primer “come-liones bailador” en la historia de presidente del país más castroso del planeta; con un tremendo y sostenido aumento en el precio de la droga; insertados en un imaginario colectivo tendiente a la psicosis, donde neurosis e histeria son desayuno comida y cena entre novias, madres, amigas y hermanas; en una época cada vez menos autoconciente de individualidad y mezquindad no vistas ni en las épocas más idiotas de la humanidad. Ahí surge la Liga de la Kaguama, en cualquier punto del mundo “pre-MadMax”. Su surgimiento es desconocido, pero perfectamente predecible. Sus integrantes, tipos extraños, irreverentes, listos, sarcásticos, de laxa moral, de humor simpáticamente oscuro, peyorativo, ácido, individuos destinados a salvar al mundo… de su desesperación, de su cotidianidad, de su mojonismo (neologismo proveniente de otro neologismo llamado “mariconería”), del sometimiento de su moral, de la charanga…

De modo que nunca antes se había hecho tan vital la tajante necesidad de un tecnotreo sin tapujos. Irónico, cáustico, ingenuo y, las más de las veces, indescriptiblemente idiota. Circunscrito en una de las más radicales culturas “under” que han parido los últimos y caóticos tiempos: la cultura kaguaband. Un programa de pretensiones literarias fallidas y filosofías banqueteras (de banquetas no de banquetes, y que nos disculpe Platón).

Toque en mano y micrófono en boca (debería ser al revés) Kaguaman nos revela las partes más jodidas del eterno jaloneo que es la vida humana. La historia de los primeros superhéroes anónimos Kaguaman, Kaguatrón y Kaguapato, la Liga de la Kaguama, rodando en las más absurdas aventuras que ha dado esta época boicoteada por mentadas, microbuses, novias obsesivas, mamás sobreprotectoras, falta de capital, deudas externas, partidos de fútbol arreglados y demás desgracias que le aquejan a cualquier perdedor decente.