viernes, 20 de agosto de 2010

El sabotaje fallido del punk impertinente

No era ni tarde ni noche, mientras agonizaba una nacía la otra. Por algunos minutos fue una tarde-noche tranquila, de reunión. Todos los sábados en la tarde-noche se reunían todos los integrantes de la liga de la kaguama. El caguartel general estaba provisto de varias supercomputadoras con un avanzado sistema de ahorro de energía a base de carbón, dos frigobares, generalmente llenos de cerveza, viñas y mezcal, dos cuartitos con mesas que servían de privados cuando invitaban a alguna piel, un tubo que llevaba hasta el garage subterráneo donde guardaban el kaguamóvil y otro tubo donde ponían a bailar a sus amigas de “La Estiradita”. El lugar estaba disfrazado de ciber-café y había sido diseñado y creado por Don Nadie, cuando, en una ocasión de vacío, queriendo ser alguien intentó ser el mayor recopilador de videos piratas porno de México, pero cuando se dio cuenta de que nadie recordaba su nombre aunque recordara su proeza, decidió donar la gran fortaleza para otros fines. La junta estaba en pleno: Kaguaman, Kaguaboy, Kaguapato y Don Nadie, cada uno en su reposet y cerveza en mano dispuestos a jugar baraja toda la noche en aras de fomentar, promover y resguardar la integridad masculina, cuando, repentinamente, escucharon un ruido.

- Shhhh, cállense ¿no escucharon algo? –dijo Kaguaboy.

- Perdón, es que ando mal del estómago, pero no huele –dijo el Kaguapato en idioma kaguapatense.

- Nel, esperen, creo que alguien llama, es la contraseña –afirmó Kaguaman.

- “me dejaste abrazado de un poste, esperándote y nunca llegaste…” –dijo una voz tras la puerta de seguridad principal.

- Si weyes, es la contraseña, pero ya solté a los perros –dijo Don Nadie.

- No mames Don, pinches perros trasijados, no muerden ni en defensa propia –dijo sonriendo Kaguaboy.

- Pónganse truchas, no vaya a ser la Queta Malone –recomendó Kaguaman.

- Vamos todos –recomendó Kaguapato.

Cuando abrieron la puerta, ante sus ojos estaba un chavo de unos 24 años con pantalones entubados y rotos, con una playera hasta el ombligo que decía “Niké is very nice”, un brazalete con picos en la mano izquierda y uno con estoperoles en la mano derecha, toda su indumentaria estaba decorada así, con estoperoles y cadenas, traía una chamarra de mezclilla rota, el cabello verde con un peinado alto y un aroma a petate quemado que se percibía desde lejos.

- ¿Qué te pasó caón? ¿Quién te madreó? ¿Anotaste las placas mano? –dijo Kaguaman un tanto sorprendido.

- No seas mamón Kaguaman soy “el bucles” el chaleco de tu compadre “el juanetes”, me dijo que viniera a ver a qué te ayudaba porque allá no tiene chamba –dijo el bucles.

- Pus mientras vete por unas guamas mi querido “pelos necios” –dijo el Kaguapato.

- Ay wey ¿es de los muñequitos cagados esos que hablan, comen y cagan? –preguntó el bucles.

- Aguado con el Kaguapato mi púas porque es de pocos gorupos –dijo Don Nadie en tono de advertencia.

- Pus ya pasen los envases –apresuró el bucles.

- Dile a doña Chana que es pal Kaguaman, que te preste los envases, aunque así como andas cabrón, va a pensar que la vas a asaltar, pus si no te los presta dejas importe, tráete tres pa empezar –dijo Kaguaman.

El “bucles” parecía un buen chico, un poco estrambótico, pero lo parecía, era punk y olía a mota, eran buenas señales, sin embargo, la cautela era pertinente en aquellos días de grandes peligros y enemigos abundantes. Bien podría ser un espía infiltrado por los enemigos, o un saboteador, o un miembro del club de admiradores de la Banda Pequeños, en fin, no obstante las medidas de seguridad podían ser vulnerables, el Pentágono lo fue. Sin embargo, algo les decía que era una buena persona, un poco desobligada, pero hasta pensaban darle chamba de traedor de caguamas, para que el Kaguapato descansara un poco, así que decidieron pasarlo al caguartel general.

- “Me dejaste abrazado de un poste…” –hablo una voz detrás de la superpuerta.

- Ya llegó el último de los mohicanos, abre pato, porfas –dijo Kaguaman.

- No había guamas Kaguaman, pero traje un panalito –dijo el bucles.

- No mames pinche ricitos esa madre es lo que le ponemos al kaguamóvil cuando no hay turbosina –dijo Don Nadie.

- Si cabrón no mames, pero bueno, por otro lado, ya hace un tiempo que no tomamos de eso con culey de fresa –concilió Kaguaman.

- Préstame 10 varos –dijo el Kaguapato.

- Ni que te anduviera usando pinche pato, mejor tráete el culey y ya no me alburiés –ordenó Kaguaman.

Después de preparar la coctelería acomodaron sus reposet, le trajeron un banquito al “bucles” y se pusieron jugar baraja. Después de la mitad del panalito de 4 litros, las palabras ya no eran las mismas, simulaban parentela lingüística, pero de alguna lengua muerta.

- She Kaguaboy no agarres de a dos –intentó hablar Kaguaman.

- Es una wey, pero ya ves doble –contestó Kaguaboy.

El Kaguapato ya hablaba como gonso y Kaguaboy como animal, el de los muppets, Don Nadie le hablaba al viento de sus éxitos y Kaguaman le reclamaba algo ininteligible a Dios, mientras que el bucles empezaba a entrar como en trance, estaba como poseído. Se dio algunos estirones como ya si fuera a colgar las botas y de un salto se levantó y empezó a cantar: “moriré… con las botas puestas, moriré…” mientras bailaba eslam y empezaba a chocar contra las supercomputadoras, afortunadamente ese día no habían ido por carbón, y todas las computadoras estaban apagadas, orinó, como verdadero punk, un reposet y vomitó tres veces sobre uno de los frigobares, que, en esa ocasión estaban vacíos. Todo se había vuelto evidente, como si de pronto se hubiera caído un velo que teníamos en los ojos, el “bucles” no era otra cosa que un temido saboteador, un asqueroso mercenario contratado por los priístas del mal en represalia por ofuscar sus planes. El método era sencillo, se ponía borracho con la víctima o víctimas y su natural impertinencia hacia el resto, estropeaba equipo, rompía relaciones, hacia que corrieran a hijos de sus casas, podía convertir una fiesta de niños en un safari con todo y cebras sin mencionar la contaminación ambiental que acarreaba consigo, tres meses sin bañarse, su permanente olor a petate quemado, los desechos tóxicos provenientes de su poco perceptible estómago y sus flatulencias pica-pica que no sólo hedían, sino hasta daba comezón a cualquiera que estuviera dentro de un radio de 10 metros. De modo que, en ese momento, el caguartel general era una buena imitación de la revolución mexicana, Kaguaman y Don Nadie corriendo tras el “bucles”, Kaguaboy durmiendo encima del Kaguapato.

- No lo sueltes Don, este wey tiene que cantar –dijo Kaguaman exhausto.

- Pus no ha parado de cantar –observó Don Nadie.

- “moriré… con las botas puestas, moriré…” –cantaba el “bucles”.

- Nel cabrón orita vas a cantar para quién trabajas, Kaguapato tráite la película del Titanic –ordenó Kaguaman.

- Nooooooo, por favor, eso no –gritó el bucles horrorizado.

- Cómo no cabrón, mira cómo dejaste los reposets –confirmó enojado Kaguaman.

- Nel, mejor un tehuacanazo pero Titanic noooo –se revolvía desesperado el bucles.

- Ahhh ya te está haciendo la cruda moral, Kaguaboy ponte la rola de crudelia –dijo Kaguaman.

El “bucles” no sólo cantó sino bailó y hasta declamó tres poesías a propósito del nacimiento del ilustre Benemérito. Aflojó hasta el color favorito del que lo contrató. La tortura que le habían aplicado de ver Titanic mientras escuchaba una rola de la Maldita Vecindad le había borrado de la memoria la ubicación secreta del caguartel. Había fallado el elaborado plan de sabotear y destruir el caguartel general de la liga de la kaguama, había algunos daños: tres reposets miados, tres manchas cáusticas en el piso, los muebles y demás equipo contaminado de flatulencias pica-pica, un frigobar tres veces vomitado, dos envases de caguama rotos y otros dos orinados, nada que no tuviera remedio. Por esta ocasión estábamos a salvo en nuestros propios dominios.

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