viernes, 20 de agosto de 2010

Kaguaman contra la maldición encubierta

La diferencia entre una situación sublime y una donde los protagonistas quisieran no haber nacido, se reduce a una ligera variación en el rumbo de las circunstancias. La diferencia entre que nueve personas pasaran un fin de semana inolvidable en Veracruz y que vivieran una de las aventuras más riesgosas de sus vidas, de debió, precisamente, a esa ligera variación en el rumbo de las circunstancias. Aunque ahora reflexionando sobre el conjunto de hechos que suponen esta aventura, me doy cuenta que algunas fuerzas oscuras actuaron bajo cierta tutela, de modo que la ilusión del fin de semana en Veracruz sólo fue para acentuar la impresión de lo cerca que estuvimos de una muerte igual o más horrenda desde que nos enfrentamos con las Estirapitos. Como decía, aparentemente, la ligera variación de las circunstancias nos llevó, bajo la guía de una falsa democracia, a la antesala de la locura.

- A ver chavalas, me paré porque queremos preguntarles algo importante –dije yo con seriedad.

- Oye ¿podrías manejar con más cuidado? No somos reses –dijo Yolatzin.

- Lo voy a intentar, pero antes de que unan sus quejas al catálogo de agravios pónganme atención “chicas”…

- No más no nos alburiés cabrón porque ya te conocemos –dijo Sandra.

- Ya, ya pues, miren –dije yo señalando el camino que se bifurcaba en dos– por este lado llegamos a las bellas y paradisíacas playas de Veracruz y por éste otro tomamos rumbo al festival Cervantino en Guanajuato ¿cómo ven?

- Definitivamente Guanajuato, tengo que estrenar mi casa de campaña –dijo una voz compulsiva.

- Veracruz también es bonito –comentó con voz dulzona Frank.

- Guanajuato –dijo la voz compulsiva.

- Judith, quizá podamos estrenar tu casa en Veracruz –mencionó tímidamente Mariano.

- Guanajuato –reafirmó la voz ésta vez con más fuerza.

- A lo mejor hasta está más cerca Veracruz ¿no chavos? –dijo con candor Ramiro.

- Guanajuato –espetó la voz secamente.

- Yo creo que… –estaba diciendo Carlos cuando fue interrumpido por la única persona que no había hablado

- Les recomiendo Guanajuato –dijo Valeria con voz maliciosa.

- Gua-na-jua-to –dijo una vez más Judith en tono retador.

Nos enfilamos a nuestro destino los nueve tripulantes del kaguamóvil. Kaguaboy, Kaguapato y yo íbamos ocultando nuestra identidad secreta. El kaguamóvil iba disfrazado de camión ganadero. Pero no éramos los únicos, nuestros tripulantes tenían cada uno sus propios secretos. Nuestro trabajo de inteligencia, bueno, de investigación indicaba que Yolatzin podría ser la peligrosísima Panthergirl; Valeria y Sandra, conocidas en el bajo mundo como Timón y Pumba, respectivamente, distribuían y consumían más droga que Paco Stanley y Mayito; Frank era el jefe de una red de comunicaciones clandestinas que operaba en Neza, distribuía programas de radio a bajas frecuencias que sólo percibían los perros y los huevones; Carlos colaboraba con Frank en los programas del mal, pero también era sospechoso de ser iniciador de una secta secreta de charangueros, cuyo himno tocaban todas las lunas llenas en las fiestas sonideras de la calle, a tal entonación balsámica al espíritu le llamaban “la huaracha sabrosona”; y Judith, que quizá era la más peligrosa de los pasajeros del kaguamóvil, se sabía poco de ella, pero corrían rumores de que comandaba el gremio de la muerte lenta a nivel nacional, y quizá, internacional. El gremio de la muerte lenta era un grupo secreto encubierto bajo la máscara social de taqueros de carnitas y cuyo objetivo primordial era dar muerte lenta a sus enemigos, el problema con ese grupo era que se sabía poco de cómo operaba, y aunque se sabía que parte de sus recursos provenían de la venta de tacos de carnitas, no se sabía de dónde obtenían la mayor parte de sus ganancias, algunos opinaban que provenían de la trata de blancas, otros decían que distribuían droga en las quesadillas de sesos, algunos otros opinaban que el dinero provenía de las sucursales de Fat Slim de las cuales eran dueños, es decir, primero engordaban a sus clientes y luego los ponían a dieta, en fin, el grupo parecía abarcar grandes espacios en el terreno criminal. Ésta era la ocasión para investiga de cerca a la jefa del gremio. Después de 649 paradas y 11 horas de camino llegamos a la colonial y misteriosa ciudad de Guanajuato, se dice que, hace varias décadas por acá lucho un legendario superhéroe, que además de usar máscara, era bien ñoño, dicen que las mujeres vampiros se le ponían de a cañón y él solo decía: “a luchar por la justicia” y que por eso, y porque era buena onda le pusieron El Santo. Faltaba poco para que amaneciera cuando ya buscábamos alguna calle propicia para dormir un merecido rato antes de proseguir con nuestras vacaciones.

- ¿Dónde habrá un lugar donde vendan comida? –dijo Judith mientras se bajaba de la parte de atrás del kaguamóvil.

- Pero si nos acabamos de parar hace cuarenta minutos a comprar café y pan –dijo Carlos asombrado.

- Tengo hambre –dijo Judith mientras miraba a Carlos con torva faz de punta a punta- ¿tu no?

- Vamos a dormir un rato y luego vamos a desayunar –sugirió Ramiro.

- Duerman, lo van a necesitar –dijo Judith mientras se alejaba.

Aquella extraña advertencia hizo que nuestros cabellos todos se erizaran. De algún modo, las demás mujeres, aunque evidentemente nerviosas, parecía que compartían una calculada complicidad con Judith, quien usaba más la boca para comer que para hablar. La tensión del ambiente de la cuidad indicaba que algo grave se fraguaba en los oscuros calabozos de las fuerzas del mal, las calderas del destino incierto de la dignidad varonil parecía peligrar una vez más. Todo lo indicaba: Judith comía como nunca, Timón y Pumba se habían dejado de bañar hacía dos meses y se drogaban como María Sabina, Panthergirl andaba excesivamente amable y con las uñas nos destapaba las caguamas, las calles de Guanajuato estaban inundadas de mujeres y hombres extasiados de exóticos elíxires danzando a ritmos cadenciosos acompañados de tambores que parecían estar comandados por el ritmo al que Judith masticaba sus bocados sucesivos ya de una quesadilla de chicharrón, ya de un taco buche, ya de un hotdog con tocino. El miedo masculino inundó nuestros cuerpos.

- Cabrón ¿ya vieron comer a Judith? –comenté yo con asombro.

- No mames, deja cuánto come wey ¿ya la olieron? –precisó Ramiro con presteza.

- Simón –asintió Mariano- pero no digan nada que nos puede escuchar.

- No mames, huele a carnitas cabrón ¿sabes lo que eso significa? –dijo Frank dirigiéndose a Mariano.

- Que está llamando a sus compañeros de gremio –intervino Carlos.

- Miren cabrones, ustedes saben quiénes somos Carlos y yo, y nosotros sabemos quiénes son ustedes, pero el pedo es que ellas saben quiénes somos todos nosotros, ustedes dicen si hacemos tregua, porque si no, presiento que nos va a llevar la verga con la muerte lenta –comentó Frank en voz baja y bastante preocupado.

- No se hable más del asunto, vamos a ponernos al pedo –comenté mientras llegaba Panthergirl.

- Hola chicos, Judith los invita a ver las momias y a comer –dijo seductoramente Panthergirl.

- ¿En ese orden? –preguntó Ramiro.

- Los esperamos en quince minutos afuera del museo, no nos obliguen a venir por ustedes –dijo Panthergirl evadiendo la pregunta de Ramiro mientras levantaba bultos en los pantalones de los presentes.

El destino había hablado: ahí estaban nuestras enemigas, sus habilidades, el campo de batalla y la certeza de que no podíamos evitar la cita, todo a quince minutos. Nos enfilamos con valentía, unas caguamas, unos programas de radio de Frank, unos compactos de oscuros rituales guacharangos, la infinita mamonería de Ramiro, Mariano con sus carencias y yo, todos compartíamos una característica, aunque quizá fuera más bien una debilidad: todos nos queríamos pisar a Panthergirl. El museo parecía desierto. Unos cordones amarillos con la leyenda “no pase” circulaban el área. La gente iba y venía como si no fuera conciente de su propio andar, pero nadie entraba. Nos encontramos a una chica parada detrás de los cordones amarillos que me hizo recordar a Casandra la mesera de “La estiradita”, estaba fumando.

- Pasen chicos, los esperan –dijo mientras fumaba y mascaba chicle.

- Vas Carlitos –dije a Carlos mientras lo empujaba.

- No mames, tu primero –me contestó.

- Ya putos, todos juntos, y no hay que separarnos –dijo Frank mientras agarraba mi mano.

- Órale cabrón ¿no me das un beso primero? –le dije a Frank irónicamente.

- Si quieres hasta te cojo wey, pero después, primero vamos a este pedo y todos agárrense de las manos –dijo Frank un tanto molesto.

Nuestra guía se quedó en la puerta cuando entramos a las frías galerías llenas de cuerpos acartonados de horribles facciones que otrora fueran cuerpos humanos. Recorrimos cuatro o cinco galerías cuando vimos en el fondo de una galería una vitrina que contenía una momia que había muerto viva y mala del estómago de modo que se parecía al “garapiñado del terror”, el prefecto que nos jalaba las patillas en la secundaria cuando nos salíamos de clase, la vitrina que contenía a aquél horrendo esperpento, decía, estaba ligeramente de lado, de modo que se podía ver que la vitrina hacía las veces de un muro falso. Era la entrada al banquete, a la invitación de Judith. Era una cueva enorme, parecía una vieja mina. Nosotros bajamos por unas escaleras hasta cierta explanada pequeña que servía de paso para un espacio más grande que estaba rodeada de cuatro círculos concéntricos y un altar en medio. En el círculo noreste estaba Panthergirl afilando más sus uñas y practicando con cabellos púbicos arrancados de sus enemigos; en el círculo noroeste estaban Timón y Pumba drogadas danzando alrededor de una efigie azteca que representaba al deidad de la mugre y la basura; en el círculo sureste estaban dos señoras gordas con mandiles y cuchillos de taqueros descuartizando las partes nobles de algo que parecía haber sido un puerco mientras otras dos echaban las partes a un gran cazo de carnitas; en el círculo suroeste estaba la mata-viejitas y otras tres compañeras luchadoras estirando las partes nobles a unos maniquíes de látex; y en el altar del centro estaba la gran Judith sentada en un trono enfrente de algo que parecía mesa de tortura de la Inquisición llena de viandas y manjares exquisitos.

- Bienvenidos a nuestra humilde morada –dijo Judith con un bocado en la boca.

- Gracias ¿y la cena? –dijo Carlos echándole el ojo a una lengua de res en chile pasilla que estaba cerca de la mano derecha de la gran Judith.

- Aquí está, y pronto será más ¿cómo te gustaría que te guisaran? –dijo la gran Judith a Carlos.

La pregunta nos heló la sangre. Ahí estaban las respuestas. La gran Judith mataba a sus enemigos con guisados hechos de otros de sus enemigos, y de ese modo el negocio era redondo, como ella. Eso no aclaraba sus demás negocios, pero era evidente que tenía nexos con el narcoreggé ecologista de Timón y Pumba, y con los círculos criminales de Panthergirl, sin mencionar los nexos con sectas milenarias como las Estirapitos. Con todo, y no era hora de elucidar nexos y más nexos, era hora de no romper la cadena humana que habíamos formado con nuestras manos, ahora más que nunca teníamos que estar unidos.

- No mames ¿qué es ese olor? –dijo Mariano preocupado.

- Ya valió madre, es el temible olor que presagia la muerte lenta –dije yo espantado.

- Pero ¿en qué consiste cabrón? –preguntó Ramiro a punto de llorar.

- Ese tremendo olor a carnitas proviene de la gran Judith viene de esas válvulas que tiene debajo de las lonjas y es tan penetrante y cargado el olor que está cargado de moléculas orgánicas mutadas con el gen de la gula, de modo que cuando tocan algún cuerpo inerte que alguna vez fue orgánico lo vuelve a la vida –expliqué yo.

- ¿Y cuando tocan un cuerpo vivo? –preguntó Frank.

- Engordamos hasta morir, es como comer mil tacos de carnitas en una sentada –contesté yo.

- Corramos para contrarrestar las calorías del ataque de la gran Judith.

La gran Judith ya había decidido de qué modo matarnos, como era evidente que no nos íbamos a comer sus manjares, decidió matarnos con un método más letal: el gas de la muerte lenta. Corrimos agarrados de las manos para restar el efecto del gas.

- Ahora cantemos, con eso quemamos más calorías –gritó agitado Ramiro.

- ¿Cuál wey? no mames, yo casi no me sé canciones –gritó preocupado Mariano.

Corríamos entre los círculos de la muerte lenta cantando la víbora de la mar, y evitando que las malvadas mujeres nos atraparan. Sin embargo, las momias estaban volviendo a la vida, increíblemente estaban saliendo de sus vitrinas. Parecía que el gas de la gran Judith las había revivido.

- No mames wey tu tía –gritó aterrado Frank a Carlos.

- Nel, es mi suegra cabrón –contestó Carlos.

- No mamen, son las momias vueltas a la vida, no dejen de cantar parece que les gusta el ritmo –dije yo con un hálito de esperanza.

Mientras cantábamos y bailábamos la víbora de la mar las momias masculinas se nos fueron uniendo en contingente, afortunadamente el gas no había alcanzado a las momias femeninas que estaban en otra galería más al fondo. Todos, en fila, pasábamos y aventábamos a las integrantes de los círculos de la muerte lenta, parecíamos efebos bailando la víbora en la boda de nuestro mejor amigo. Todos, en fila, unidos por nuestras manos, unas más huesudas que otras, el garapiñado del terror comandaba el contingente. Nos alejábamos un poco y luego tomábamos vuelo. Ninguna línea ofensiva, desde la cocina Newton había causado tantos estragos. Fuimos arrinconando a las mujeres malvadas, estaban a nuestra merced, cuando en el fondo de la cueva se abrió otro pasadizo secreto y todas fueron huyendo por ahí, la última era la gran Judith, que se defendía a panzazos como una leona, no, más bien como una hipopótamo, cuando quiso salir por la puerta secreta, quedó atrapada, y la capturamos. Finalmente la cabecilla de una de las mayores redes criminales del país había caído. La llevamos a un zoológico para hacer labor social, pero nos la rechazaron porque comía mucho, y les sugerimos la usaran de comida para los leones, pero nos dijeron que a los leones no les gustaba la carne de puerco. La pensábamos vender por kilo de carnitas para acabar con el hambre en Somalia, pero Derechos humanos Internacional amenazó con protestas por daños a la salud. Finalmente la llevamos al parque acuático donde alguna vez Keyko tuvo un hogar. Por esta ocasión, el mundo masculino estaba a salvo de nuevo.

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