viernes, 20 de agosto de 2010

Que pase algo, un pase, algo, lo que sea

Me dijeron que era en la casa de Mario, por cierto, también era la del Gabo, del Rocho y del Luis. Le iba a caer el Big, pero tardó. Empezamos a beber y mucho, cinco mescalitos de a litro eran una buena propuesta, por lo menos era una propuesta para valientes. El Demiurgo, que también esperábamos, traía un nuevo viaje, literalmente hablando. La vida de yonquis les venía bien: a Mario, al Rocho, al Demiurgo y al Luis, el Gabo, el Big y yo éramos más alcohólicos, pero ocasionalmente también nos metíamos de la droga en turno que correspondía a la reunión, sin embargo el cóctel era variado: chochos, opio, mota, cristal, coca, anfetas y ácidos y lo único que no rifaba era lo que se inyecta, aun. Esta ocasión habría mota (yerba siempre había), chochos y alcohol, y a no ser por la promesa de la tierra prometida del Demiurgo, que consistía en un viaje chido sin síndromes postavión y de una calidad irrebajable, decía, de no haber sido por esa promesa, hubiera sido una reunión cualquiera. Ahí estábamos vaso tras vaso y churro tras chocho, entre discusiones existencialistas que eran superadas únicamente por el testimonio material de nuestro cuerpo intoxicado, porque ¿quién ha dicho que el mejor discurso es el ejemplo? ¿sería algún profeta, o algún filósofo? Quizá fuese algún drogadicto, en fin, el caso es que los profetas, los filósofos y los drogadictos se parecen mucho, de hecho, en más de alguna ocasión se ven encarnados en la misma persona. Para cuando el demiurgo llegó el efecto de lo ingerido había provocado que extrañáramos menos la promesa de la tierra prometida y que nos concentráramos más en encontrar la tercer botella de mezcal que en algún lugar de aquél extenso e increíblemente sucio departamento estaba. Una regla implícita en las reuniones de los compas, siempre y cuando fueran en la casa de Mario, era que había que comer lo menos posible, porque el baño llevaba dos meses tapado y para solventar alguna necesidad que lo involucrara, los baños del mercado eran la solución, sin embargo, en el estado de intoxicación que el necesitado profesara hacía ineluctablemente difícil la travesía que ya de por sí era bastante larga. Por fin llegó el ya no tan esperado Demiurgo el cual se ha ganado a pulso su apodo, gracias a ciertos hechos metafísicos forzados a voluntad. El primero en probar fue el Gabo, antes de desmayarse se convulsionó un poco, regresó con cara de extrañeza y confundido, pero al cabo de dos minutos ya estaba como antes. Pues si, en eso consistía el viaje prometido, consistía en desmayarse intencionalmente, y vaya que era un viaje desconcertante. Mi turno llegó después de patear a Mario que se estaba quedando dormido sobre los vidrios de un vaso roto. Primero se sentía como una neblina cada vez más densa me envolvía, hasta que no ví nada, después recuerdo que me hablaban, una voz lejana luego más cerca y luego abrí los ojos. Lo curioso es que no reconocía a nadie por unos segundos. Eso explicaba la cara de extrañeza del Gabo cuando despertó. En verdad algo raro, era como si acabara de llegar, como no nos hubiéramos ingerido ya dos litros y medio de mezcal y no hubiéramos ponchado como 10 churros, ni siquiera recordaba haber pateado a Mario, cosa que cuando me dijeron me sorprendió bastante y hasta tuve deseos de pedirle disculpas. El efecto no duró mucho, al cabo de unos 10 minutos me sentía igual de borracho y recordé el motivo que había tenido para pegarle a Mario, bueno, en realidad, inferí que había recordado el motivo del hecho de que ya no me remordía la conciencia.

Pasamos todos por el viaje, incluso el demiurgo, yo mismo lo desmayé, previas indicaciones. Sólo faltaba por llegar el Big Máscara, ya había tardado. Luis abrió la puerta después de escuchar algo así como el timbre. El Big no se decidía a entrar y Mario y yo necesitábamos ayuda para levantar al Rocho que se había caído del sillón sobre su vómito porque el demiurgo estaba controlando las convulsiones del Gabo que había decidido desmayarse por segunda vez. De todos los reunidos, probablemente, el que más tolerancia tenga al alcohol sea el Big y el hecho de que hubiera llegado tan tarde implicaba que a nadie del resto se le podía pronosticar una noche de conciencia. El Big se las arregló para emparejarse con nosotros aunque no tanto como para acceder al desmayo.

El resto de la noche transcurrió entre pláticas que fluctuaban entre la filosofía y el arte, temas bastante pertinentes en nuestro estado de intoxicación. Lo que siguió fue una mañana de cerebros inflamados y mentes que intentaban recobrar, mediante recuerdos entrecortados, pedazos de identidad. Aun había sobrado una botella de mezcal que, acordamos, mezclarla con algo de café. Así pasamos hasta bien avanzada la tarde, otra vez borrachos y varios de nosotros con ganas de ir al baño, tuvimos que ir al mercado, de paso podríamos comprar una caja de galletas para todos. Había acabado la reunión, nada nuevo había sucedido, el gusto de vernos y la necesidad de exponer nuestras teorías estéticas habían acabado en resaca, como siempre. Pasamos enfrente de un puesto de periódicos, alguno de los titulares decía: “Tres encajuelados, torturados y ejecutados”. Nada pasaba, el miedo y la hipocresía que eran cosas con las que vivíamos todos los días no pasaban, se quedaban. Sólo el escándalo, el efecto de la droga y del alcohol pasaban, había que recurrir a más, siempre sucedía, algo tenía que pasar.

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